Hace más de cincuenta años los jachalleros rinden tributo al legado cultural de Buenaventura Luna y de tantos otros artistas cuyanos que construyeron la identidad de un pueblo. Así, la Fiesta de la Tradición jachallera convoca a miles de personas que vienen de los diferentes puntos del departamento, pero también de otras localidades de Iglesia, Barreal y del Gran San Juan. Y en cada edición, una gran cantidad de recursos materiales y humano se movilizan en pos de lograr un espectáculo digno de admirar. Durante las dos noches más importantes, se monta un operativo de infraestructura y logística de envergadura. Sonidistas, escenógrafos, efectivos de seguridad, servicios de catering y limpieza, trabajadores gastronómicos y medios de comunicación se instalan desde bien temprano en el anfiteatro Buenaventura Luna. Bordeado por los cerros, el predio va poblándose lentamente con automóviles, motorhomes y tráilers para armar los ranchos de comidas, los stands de bazar y los equipos electrónicos necesarios para el espectáculo musical. Antes del lanzamiento de los fuegos artificiales, los operarios trabajan a contrarreloj para acomodar la estructura de la clásica guitarra gigante, para la entrada de los artistas en escena. Carretas, un horno de barro y una réplica del típico molino harinero hecho de madera forman parte del decorado visual del espectáculo. La puesta tecnológica incluye desde un sistema de luces inteligente, hasta consolas y cajas acústicas de gran tamaño distribuidas por todo el escenario. Todo el equipamiento se conecta a un generador electrógeno para proveer gran parte de la energía eléctrica a todo el lugar.
Detrás del escenario, los asistentes encargados de atender a los artistas se fijan en todos los detalles. Con suma comodidad, bailarines, músicos y cantantes comparten la previa en un espacio cerrado para el cambio de vestuario, para afinar los instrumentos o simplemente calentar las manos antes de tocar. Hasta disponen de un servicio de catering con empanadas, sándwiches, comidas dulces, agua mineral, gaseosa o café.
Del otro lado, cuando el fuego de las brazas se enciende, los chivos, la punta de espalda y los pollos son colocados a la parrilla, otro espectáculo al margen que invitará a probar las jugosas carnes a las llamas. Y a medida que van pasando las horas y la presencia del público va incrementándose, los mozos salen presurosos a ofrecer mesas o tablones a quienes circulan buscando comodidad para presenciar el espectáculo y degustar algún plato típico.
En otros espacios, humildes puestos de venta de artículos de bazar, comidas artesanales y hasta helados se ubican desde temprano y como son administrados por familias de otros departamentos y de la misma capital, algunos se vienen con carpas para acampar hasta la finalización de la fiesta. Todos ayudan, tanto los padres como los hijos preparan las bandejas de empanadas, pizzas o cortan jamón para ponerlos en el mostrador y tentar a los potenciales clientes.
Así se vive en cada celebración del máximo acontecimiento jachallero, que implica trabajo en equipo y dedicación de muchas horas de preparación, constituyéndose por sí misma en una tradición folklórica que digna de imitar.

