Murió Juan Carlos Abraham. Un 22 de mayo, hace 35 años, esa inimaginable noticia atravesó como una saeta el sur argentino y se clavó en el corazón de los sanjuaninos. Tenía apenas 48 años, reponía Carmina Burana, acababa de estrenar un espectáculo y le sobraban proyectos. ¿¡Cómo!? se preguntaban quienes conocieron al generoso maestro que formó a generaciones junto a su compañera artística Violeta Pérez Lobos, al prolífico genio que fascinó con sus creaciones, al buen compañero y amigo, al hombre querido y respetado. Hoy -en medio de una justa y merecida revalorización de su legado-, DIARIO DE CUYO reconstruye junto a su círculo íntimo los últimos momentos del artista y la llegada de sus restos a la provincia, donde se lo despidió con dolor y amor.
Su más querido discípulo Sergio Molini había venido desde Bélgica (adonde integraba la compañía de Maurice Béjart) y el artista pocitano fue a recibirlo a la Terminal. Pasaron largos ratos charlando y se encendió la llama de un nuevo espectáculo. ¿Paradójicamente? Abraham lo llamó "Canto a la vida".
"Me dijo ‘Te voy a hacer una coreografía que siempre quise hacer, con música de Musórgski’. Fue Redención, sobre un hombre que trata de volar y al final encuentra su vuelo", contó desde Europa a DIARIO DE CUYO Molini, que también bailó Claro de Luna (Beethoven) con Pérez Lobos. En el primer piso de la Asociación Bancaria -adonde habían mudado el Estudio Coreográfico Argentino- se gestó esa función, donde el ballet hizo Ritmos de Orff (Orff) y Odas griegas (Vangelis). Sería el último espectáculo de Juan Carlos, la última vez que bailaría en un escenario y el adiós de eterna dupla que formó con Violeta, con quien danzó Tanguera (Mores). "El teatro estuvo llenísimo y fue una ovación. Me llevó de la mano adelante para saludar al público, él estaba feliz. Fue una bellísima despedida, como bailarín y como persona", apuntó Molini.
Por esos días, Abraham había recibido una invitación del Polivalente de Artes de Trelew para formar escuela allá. "Decía que había sembrado acá, tenía ganas de buscar nuevos horizontes y aceptó", contó su hija Marian. Le pidió a Molini que lo acompañara; y pese a que había venido por poco tiempo, tomaron el tren y partieron a Chubut.
Allá dio charlas y clases. En una de ellas estaba cuando se descompensó. "Ya antes venía muy sensible. Lloraba y se emocionaba con facilidad, como muy frágil. Lo llevamos al hospital y lo dejaron internado. Sobre las 20 hs estábamos hablando, me agarró la mano y me dijo ‘Sergio, lo que va a salvar al mundo es el amor’. Yo, con la soberbia del joven inmaduro, le decía ‘No, lo que va a salvar al mundo es la educación’. ‘No, vas a ver que va a ser el amor’, respondió; y también dijo ‘Cultiven flores blancas’", rememoró su discípulo, que le preguntó si quería que se quedara en la noche. "Me respondió que no, que fuera a descansar. ‘Estoy bien acompañado’, me dijo y señaló un crucifijo en la pared", contó el bailarín. Como a las 5 de la madrugada del viernes 22, le llamaron por teléfono para avisar que Juan Carlos había tenido un infarto. "Cuando llegamos ya estaba en un cajón cerrado", señaló Sergio, quien inmediatamente llamó a San Juan. "Le dijo a mi mamá que tenía que viajar urgente porque mi papá estaba muy grave. No sabía cómo decirle… El Maestro Juan Petracchini, que era uno de los grandes amigos de mi papá, llamó a Trelew haciéndose pasar por un familiar y le dijeron la verdad. El parte decía aneurisma de aorta. En poco tiempo ya estaban los medios repitiendo la noticia en San Juan", agregó Marian.
Ese viernes por la mañana fue todo un revuelo en la provincia. "Violeta vino desesperada a verme, para ver si podíamos ayudar a traerlo, ¡porque era tan lejos! y nos fuimos juntas a Casa de Gobierno. Era la gestión del Dr. Ruiz Aguilar, hablé con el Secretario General, Dr. Arrabal; y el gobierno se hizo cargo de todo", recordó la Lic. Gladys Correa Romero, en ese tiempo directora de Cultura. "No podía creerlo. Pocos días antes habíamos estado charlando, me había ido a pedir ayuda para viajar al sur y conseguí por Cultura de la Nación el viaje en tren", se explayó la exfuncionaria, que lo define como "un ser especial": "A sus espectáculos iba la señora de barrio con el nene, la abuela, el pueblo en masa. Yo temblaba porque la gente se quedaba hasta sentada en el piso del teatro, no volví a ver eso", remarcó.
El féretro llegó a la provincia pasada la medianoche del sábado 23 y fue directo a la sala velatoria municipal de Capital, donde esperaban sus afectos. Hacía mucho frío. "Siempre me dijo que cuando muriera no quería que nadie lo viera y nadie lo pudo ver, increíble", acotó Molini. Por la mañana el cortejo fue al Teatro Sarmiento, que estaba colmado. Lo recibieron con un largo y cerrado aplauso y miembros de la Comisión del Festival Nacional de Folclore Infantil de La Cumbre le dedicaron hermosas palabras. "La noche anterior había habido una función y estaba muy sucio, así que el anterior director de Cultura y yo nos pusimos a pasar el lampazo para que estuviera en condiciones cuando llegara Juan Carlos", rememoró con cariño Correa Romero, quien anunció allí que el escenario del Teatro llevaría su nombre, iniciativa que se concretó poco después, con la placa que se colocó en una sencilla ceremonia. De allí partieron al cementerio de Las Chacritas. La gente había hecho un cordón y saludaba con aplausos y flores.
A tono con su vida consagrada al arte, la placa de su tumba, a pedido de la familia, es obra del artista Hugo Vinzio Rosselot, otro de sus dilectos amigos y escenógrafos. "Él no quería homenajes, era muy austero, de otro universo. Me costó mucho hacerla, porque cuando no perdía las medidas, tenía un problema técnico… como si él no quisiera que la hiciera. Un día en el taller le dije ‘Mirá, flaco, dejate de joder, voy a hacerte la placa te guste o no’ y a partir de allí todo fluyó. El hombre es un homenaje a sus bailarines, en un mundo ensoñado de azules que hace pensar en el universo y una esfera que simboliza la tierra, el vientre… Traté de mostrar que el hombre no desaparece, se transforma, porque en eso creíamos", explicó Vinzio, quien agregó su propia dedicatoria, la de la esposa del maestro y sus dos hijos; y unos versos que la familia encontró en una carpeta de Abraham y que quedaron plasmados, más a modo de retrato que de epitafio, en ese esmaltado sobre cerámica bajo fuego: "Puro debe ser el que entra en el templo de la vida y puro es el que tiene buenos pensamientos. De mi alma a tu alma. Por siempre. Lo que el amor me dio".
Un visionario que hizo magia
"Hace exactamente 35 años recibíamos esa noticia que ninguno de los mortales quiere escuchar. Había dejado de existir Juan Carlos Abraham, en la ciudad de Trelew. Había sido invitado a dar un seminario y decidido a moverse esta vez a otros lugares, fue a llevar lo que más disfrutaba hacer. Nadie, o al menos nosotros, pensaría que ese sería el final. El comienzo de un cambio que no pudo ser, como si la aridez de San Juan le marcara a fuego que no sería profeta en otra tierra.
Hablo del artista que impuso una manera diferente de mostrar la danza, en lugares donde nadie se había atrevido, descalzos, en una plaza, en un pueblo, ante la mirada prejuiciosa del público que sonreía sin entender demasiado, pero en el fondo algo de magia ocurría en ese instante. Y con eso para el arte, es suficiente. Su personalidad transgresora y creativa en las formas del movimiento, y el sentido que para él tenía la danza, lo hizo ser un artista popular.
Juan Carlos, el Lito (como le llamaban sus hermanas), amaba romper moldes establecidos. Y un día aparecieron cuerpos en los cerros en la primera Fiesta Nacional del Sol, sin ninguna sofisticación tecnológica que resuelve todo , solo había magia y movimientos. El Lito era un artista tocado por los dioses de la creatividad. Adelantado de la época, instruido y autodidacta. Carismático como pocos, si entrabas a preguntar en su academia, su voz te atrapaba y no salías más de esos encantos.
Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, su compañera de baile, socia y mujer apasionada: Violeta Pérez Lobos. La fórmula perfecta. Las puestas de ballet, el show de fotógrafos y flashes en cada cierre de año de su academia de danzas, aturdidos por tantas niñas que hacían movimientos al cielo desde el escenario. Todo era celebración en ese Teatro Sarmiento.
Nació bendecido por la llama de la creatividad, esa que no se estudia en ninguna universidad o taller que busques por el mundo. Único. Y de allí nació el mito, porque en su apogeo, el destino vino a buscarlo dejándonos la sensación de que nada sería igual. Y no lo fue por muchísimos años.
Hace 35 años fue despedido de pie, en ese mismo teatro que hoy ha vuelto a aplaudirlo como en cada función suya. Gracias por tanto, Lito. La historia no se equivoca y hoy sigues brindando tu magia."
Carta de Juan C. Abraham (h)
(Fuentes: familia Abraham Chiappini, Sergio Molini, Gladys Correa Romero, Hugo Vinzio, Archivo de DIARIO DE CUYO)