A lo largo de doce ediciones consecutivas, el San Juglar se convirtió en algo más que un espacio de aprendizaje. Es un punto de referencia obligado para los practicantes de las artes circenses y, en definitiva, la experiencia enriquecedora que los cultores de las variadas disciplinas que aborda quieren vivir. Tras el parate impuesto por la pandemia, la nueva edición -que comenzó el jueves pasado tras- volvió con fuerza y eso se reflejó en la alta convocatoria. El Camping de Rivadavia recibió a más de 30 practicantes (provenientes de San Luis, Córdoba, Rosario, Mendoza, Chile, Necochea, Ciudad de Buenos Aires) que participan en 37 talleres. La gran mayoría acampa en el mismo lugar, hecho que refuerza y demuestra que el circo se vive y se practica no en soledad, sino de manera colectiva.
Un recorrido por los distintos grupos distribuidos en el predio -el escenario de cemento, el campo abierto y la gran carpa de circo- muestra un constante espíritu colaborativo entre todos los participantes y un plano de horizontalidad entre profesor y alumno, con conocimientos y habilidades compartidas. Desde la charla de introducción a una disciplina determinada hasta las rutinas de elongación, pasando por el almuerzo o la cena, todas las actividades son sostenidas desde lo grupal. Además, quien busca aprender a dominar las cintas, las clavas o el monociclo no se queda ahí, después se interna en otro taller para aprender contorsión, clown o equilibrio. Como sostienen los profesores más experimentados, las disciplinas circenses son perfectamente combinables y contribuyen a lograr un artista completo, con herramientas que pueden servir también para la actuación o la danza, según se prefiera.
En tren de prácticas, para Mariano Ghiano, malabarista cordobés radicado en San Juan, la clave es el autoconocimiento del propio cuerpo. Si uno quiere lanzar y dominar los objetos, la práctica constante es fundamental para que el cuerpo memorice los movimientos. La Rueda Cyr, los malabares con los pies o la suspensión capilar, son algunas de las disciplinas que están ganando mucho terreno en el circo contemporáneo y se sumaron al programa de clases que tiene el San Juglar. Y dentro de las que más fascinan están el contorsionismo, las acrobacias grupales o troupe y la cinta aérea. En cuanto a equilibrio, si bien no falta la clásica cuerda floja, la que hace roncha es una práctica recientemente incorporada al mundo del circo: el slack line, que exige mucha destreza y autocontrol, al mismo tiempo que es muy vistosa y puede combinarse con otras rutinas, tanto individuales o grupales; y de las que más variantes permite hacer. Alexander Pacheco (Mendoza) originalmente es clown, pero al transitar varias ediciones de San Juglar, se animó esta vez a incursionar en esta práctica. Para él, el arte del equilibrio requiere cumplir con tres pilares fundamentales: meditación, respiración y relajación del cuerpo. En esto, por supuesto, ayudan mucho los ejercicios de yoga. En una extensión de unos 45 metros, instaló la tira elástica para entrenar y recorrer de ida y vuelta sobre la misma, parado solo con sus pies y a 2.5 metros de altura. En verdad es desafiante y requiere de una fuerte concentración mental.
A lo largo de las jornadas, los artistas cumplen con un cronograma bien detallado y ordenado, con horarios y rutinas a seguir. Obviamente hay momentos para relajarse y descansar, sin embargo, cuando llega la función nocturna -al cierre de cada jornada y de manera interna- todos ponen a prueba bajo la carpa todo lo aprendido. Mañana domingo será el público el que podrá disfrutar del resultado de estos cuatro días de intenso trabajo, en la varieté final que tendrá lugar en el parque adjunto al camping, desde las 18 hs. Allí las artes circenses mostrarán, una vez más, todo su esplendor.