Invierno y verano, cuando va cayendo el Sol, toma su guitarra y se acomoda en el cruce o en algún rincón de la Peatonal. Con sus oscuras y largas rastas sueltas o recogidas en un gran rodete, su cálida voz y sus sentidas interpretaciones, imposible que pase desapercibido. Eduardo de Cabrera -su nombre artístico- es uno esos artistas urbanos (como se reconoce, porque siente que "callejero" tiene un dejo peyorativo) que hacen que valga la pena, aunque sea un ratito, detenerse a recibir lo que literalmente entrega. Estuche en el piso dispuesto a recibir la contribución voluntaria de la ocasional platea, comienza a destilar su repertorio poniéndole un poco de encanto a la rutina. Las canciones son el fuerte de este personaje de la ciudad, al que gusta contar historias con cada tema que propone, incluso propias ya que también compone. Pero no le esquiva el reggae, el rock y otros tantos géneros que domina aunque evita clasificar, convencido que la música "es una misma pasta". De hecho, sus orígenes son netamente folclóricos, ya que nació bajo el influjo de su abuelo materno -de cuyo nombre tomó su pseudónimo-, un músico de folclore y tango admirador de Yupanqui, Cafrune y Figueroa Reyes, entre otros. Autores que siendo niño, él escuchó una y otra vez, y comenzó a sacar en la guitarra criolla que le regaló un tío.
Con la adolescencia vinieron las "juntas" con amigos y la música del momento. "Es más, creo que en el Secundario, en Rawson, zafé gracias a la música", dice con una sonrisa. Y a los 19 tenía clarísimo que ese era su camino. "Desde que conocí la música no quise saber más nada con otra cosa, fue el espíritu que me dio vida", resume Guillermo Eduardo Jorquera, quien estudió durante 3 años en la Escuela de Música "porque necesitaba comprender la música escrita, poder tener más armas", y que también integró un par de bandas, pero no se sentía totalmente cómodo.
Las peñas fueron el primer gran escenario. "Tenía 19 años y ya me juntaba con gente grande. Y luego empecé con otros géneros: rock, reggae, flamenco, tango… La necesidad de estar en otros lugares me hizo aprender otras cosas. Y como soy bastante autodidacta, aprendí juntándome con gente con más experiencia y con tutoriales", relata. De algún modo, reconocerá, iba perfilando su oficio.
"Inconscientemente estaba apuntando a eso, porque el artista urbano tiene todo tipo de público, más abierto, que es el que ahora estoy manejando", dice Eduardo, que en Mendoza (donde vivió hasta 2011) decidió convertirse en lo que es.
"Hace 6 años tomé la decisión de llevar el arte a la calle. Era invierno, no tenía qué hacer una mañana y dije "Me voy a tocar a la calle", el mejor escenario, un frente a frente con un público que no está dispuesto a escuchar a un artista. Por ahí te deja algo, o nada, por ahí se acercan y agradecen, o no; y eso es un quiebre, atraer a un público que no está dispuesto a escucharte. Empezó para mí una nueva disciplina, esto no es un escenario convencional, uno hasta tiene que tener otra predisposición, otra puesta, otra idea. Ni las canciones son las mismas. La calle te va tornando. Y la gente es el maestro que te va formando. Cada vez que me siento a tocar en una vereda o un paseo, voy aprendiendo… Una vez escuché una frase de un maestro de la guitarra de acá, "uno se muere aprendiendo", y es así", profundiza.
Cada vez más reconocido -"los medios que hay hoy, desde los celulares a los de comunicación, ayudan mucho a la difusión" sentencia-, De Cabrera se siente exitoso, status que entiende como "que te acepte tu gente, tu pueblo, tu barrio".
"Yo me considero aceptado por la gente, aunque sigue habiendo algunos que no me aceptan, pero es normal, no puedo caerle bien a todo el mundo’, vuelve a sonreír sin estridencias el cantautor, que celebra la apertura musical de los jóvenes y la revalorización de los artistas, a partir de ellos mismos. Y completa su idea: "En lo económico, pecaría decir que el dinero no hace falta, pero puedo vivir. Jamás estuve sobrado de nada, conozco muchas necesidades de todo tipo, pero no extraño lo que no tuve. Y estoy contento con lo que elegí". Protagonista de un presente que disfruta, al artista que está cerca de grabar un disco no lo desvela el futuro. "No puedo manejar esa parte tan intangible, inexistente", explica. Sin embargo, eso no le impide soñar. "Sí, me considero un soñador, pero mi sueño no es un destino. Cuando nombrás un destino, ya se termina todo. Para mí la felicidad es el trayecto y yo hace 14 años disfruto el viaje, y eso no significa que todo sea alegría".

