Ella dice que fue una conexión inmediata. Y de afuera, la verdad que hasta asombra ver cómo fusionan de una manera casi ¿mágica? Cumplen años el mismo día (se llevan apenas uno), vienen ambos de familias ‘musicales’ (el papá de ella era amante del jazz y tocaba instrumentos, aunque no se dedicaba a eso; y su mamá, de la ópera y la música sinfónica; y el es hijo del gran Walter) y aunque parezca loco, en su juventud hasta escuchaban los mismos discos. Como predestinados a encontrarse, a la vuelta de la vida estaban Inés Estévez, más conocida en su faceta de actriz; Javier Malosetti y esa química que lo inundó todo: desde la casa a la que se fueron a vivir juntos apenas dos meses después hasta el escenario musical que Inés supo pisar alguna vez, que dejó por la actuación y adonde Javier la alentó a pararse de nuevo. Potenciándose en cada respiración, armaron una dupla de aquellas, abajo y también arriba de las tablas, donde destilan con total naturalidad eso que los conectó. De todo esto, Inés -que hoy, por primera vez, cantará en San Juan- habló con DIARIO DE CUYO.
– Hay expectativa por su llegada. ¿Cómo viven ustedes esta primera gira por el país?
– Si ustedes tienen expectativa, yo no te puedo explicar. Para mí es una novedad tan grande no sólo hacer gira, sino también cantando. Fijate que actuando yo nunca quise hacer giras, no me sedujo la idea del saltimbanquis, pero cantar tiene una bohemia y una poética que no sólo me gusta, sino que la deseo fervientemente, lo disfruto un montón…
– ¿Será que no era el momento, que todo tiene sus tiempos?
– Ni hablar, y con la música, que fue la primera pulsión expresiva que tuve. Mi primer vocación fue la danza clásica, pero porque era lo que se podía aprender en Dolores, la ciudad pequeña donde yo vivía y que era lo más ligado a la música; porque yo quería aprender instrumentos y no había dónde. Además en mi casa se respiraba mucha música, era una compañía permanente… pero nunca me había sentido autorizada a enfrentarla así, a mirarla cara a cara…
– ¿Por qué?
– Porque me parecía que había gente formada, con estudios… tal vez era más genuino el lugar desde donde yo me relacionaba con la música, pero no tenía formación académica y no me sentía autorizarla a abordarla de modo serio, hasta que apareció Javier y me instó a hacerlo, y ahora no me quiero bajar.
– ¡Mirá qué maestro te buscaste!
– Fue totalmente inesperado, porque no estaba ni en mis sueños más remotos dedicarme a esto, pero ahí apareció Javier, con mucha convicción, y descubriendo un conocimiento que tenía yo del jazz y de todos sus derivados…
– ¿Javier esculpió eso que había en vos?
– Más bien diría que Javier descorchó una botella de espumante. Había algo ahí, que yo había experimentado ya. Mi primera experiencia fue haciendo un musical, grabé jingles y en algunas películas también canté, pero no era algo que me proponía sacar de las sombras. Javier hizo eso y me animó a ejercerlo de modo profesional y acabado.
– Ustedes destilan armonía, placer de trabajar juntos…
– Es absolutamente, sumamente festivo. Cada show juntos es una celebración, lo vemos de ese modo, y compartir eso es realmente hermoso…
– Derribás el mito de que es desaconsejable compartir vida y profesión…
– A mí me hartan un poco los clichés y me parece que ese es uno también. Me parece que hay condicionamientos socioculturales que hacen que la gente repita como un loro ciertos dogmas y termine cumpliéndolos. Hablo también por Javier, pero sobre todo por mí, yo no he tenido una vida típica, de esa que la sociedad dicta. Mi vida ha sido singular, y no es que me lo haya propuesto; y he seguido ese cauce. Y mi relación con Javier y lo que se ha dado de su mano, sigue siendo atípico y no responde a las generales de la ley, gracias a Dios; con lo cual no sólo no siento una dificultad cuando tengo que compartir muchas horas con él, sino que nos pasa que cuando nos tenemos que separar por cuestiones laborales diferentes, nos resulta raro. Al contrario, tener por delante trabajo en común, colabora con el hecho de no malograr por nimiedades el vínculo porque tenemos cosas hermosas que transitar, muchas fiestas por celebrar…
– ¿Cómo se conocieron?
– De una manera muy fortuita -los detalles huelgan (risas)- que sin embargo nos hacen pensar que había coordenadas prefijadas, porque fue muy rotunda la certeza, ineludible, de que aquí había algo más importante que un simple cruce. Se dio muy naturalmente y rápido. A los dos meses estábamos conviviendo. Él tiene a Julián, de 24 años, baterista, que vive con su madre pero que está incluido en nuestra familia, hay una presencia constante de Julián en casa; y yo tengo dos hijas muy chicas, de 6 y 7 años (NdeR: Cielo y Vida), que han forjado un gran vínculo con Javier y hasta te diría que están enamorados los tres.
– ¿Sentís que las piezas de tu atípica vida van encajando?
– Soy una persona que vive la vida con conciencia y con intensidad; y he dado unos cuantos saltos al vacío a lo largo de toda mi vida, con una gran dosis de osadía pero también con una capacidad estratégica, como el tenista que va tomando decisiones a medida que la pelota se acerca. Todo está relacionado a perseguir la felicidad y a no adherir a conceptos de manual si no me hacen feliz.
– ¿Y la alcanzaste?
– Cuando sos una persona que vive con conciencia, entendiéndola como estar atentos a la propia sensibilidad y a las causas y efectos, eso te imprime mucha responsabilidad… Y creo que son más felices las personas inconcientes (risas). Pero bueno, es el modo en que fui diseñada y lo que creo que hago bien, sin vanagloriarme, es escuchar no sólo mi sonido interno, sino también lo que la vida me ofrece y tratar de tomarla siguiendo esa brecha. Y eso me da al menos la noción de saber que si mi vida se termina, por lo que sea, he hecho las cosas de la mejor manera posible. La conciencia de muerte me parece una gran compañera, entendido como que todo es frágil y puede terminar en un segundo, entonces te lleva a cuidar la calidad de lo que hacés y lo que decís, porque puede ser lo último que vean y escuchen de vos. Es una gran aliada, pero no como algo dramático, sino todo lo contrario, celebrar el momento y hacerlo lo más constructivo posible.
