¿A qué te encantaría jugar hoy, algo que hacías de niño y que quedó en el pasado, tapado de años, "madurez’, seriedad, miedo al ridículo y esas cosas? Bajo esa consigna, cinco figuras del ambiente artístico local confesaron aquellas cosas que, cada vez que pasan por una plaza o ven a un niño jugar, les fascinaría volver a hacer. No tardaron en dar respuestas. "¡Andar en monopatín!’, saltó la bailarina, maestra y coreógrafa Alejandra Lloveras.
"¡Me muero por subirme al tobogán’, agregó Susana Rossellot de Bettio, teatrera e integrante de Fundación Protea. Jugar a las bailtas, como cuando era pequeño, "hincado’ en la tierra, era el gustito que volvería a darse el humorista Miguel Delgado; mientras que a José Domingo Petracchini, director del Coro Vocacional de la UNSJ, aún lo pueden las carreritas de autitos. Un poco más intrépido, los ojos se le van a José Annecchini, actor y director teatral, cada vez que las ramas de un árbol lo invitan a revivir su infancia. Pero claro… "¡ya estamos grandes para eso!’ ¿Grandes? ¿No dicen que todos llevamos a ese niño que fuimos en el corazón? Con el Día del niño -que se celebra hoy- como oportuna excusa, el quinteto se sacó las ganas, como cuando eran chiquilines.
La reunión fue en la Plaza Aberastain y allí fueron llegando -en más o menos grado- con cierta timidez y un poco de incertidumbre sobre lo que los esperaba. Prácticamente todos se conocían y eso distendió la encuentro, pero a decir verdad, no pasó mucho hasta que las risas se empezaron a soltar…
El primero en tirarse al suelo fue Petracchini, con los autitos. De rodillas en el piso, comenzó a acomodar y a medir los "bólidos’ como antes, cuando estratégicamente les ponían masilla o plastilina para hacerlos más veloces. "Jugaba en la vereda de casa y también en la puerta de la escuela de música, con pantalones cortos. Nos poníamos en el cordón de la vereda y había unas moreras con frutos, y como andábamos sobre las rodillas con los autitos, terminábamos todos enchastrados entrando a clase’, rememora con una sonrisa. Un poco más allá, Miguel, dibujaba la troya con un palito, ponía las balitas sacadas de un gran tarro y empezaba a tinquear con destreza. Los ojos se le iluminaban ¡si por un momento hasta pareció que le borró el bigote! "¡Sí que hacía trampas, como todos!’, reconoce, remitiéndose a sus años de purrete.
Lejos de la tierra, más bien tocando el cielo, volvió a estar el otro José Domingo, Annecchini. ¡Si habrá trepado carolinos cuando era niño! Con esa misma cara de pícaro, aunque con barba y bigote, se subió como un gato al leñoso árbol de la plaza ¡Y tampoco le costó nada bajar! Lo bueno, además, es que esta vez no lo esperaba su mamá con la chancleta en la mano, para "hacerlo sonar’ por romper los pantalones, como cada vez que quería mirar el mundo desde allá arriba.
Ese mismo aire que llenaba el inflado pecho de José, despeinaba abajo los rubios rulos de Ale, experimentada conductora de monopatín, que tranquilamente podría renovar la licencia profesional que se ganó tras kilómetros de veredas. Sonrisa grande bajo el sol, no es difícil imaginarla de niña, con sus amigos y hermanas, jugando en esa misma plaza que quedaba cerquita de la casa paterna. Empujando con un pie una y otra vez, hasta se animó a algunas piruetas.
"Esta plaza era nuestro lugar de encuentros’, rememoraba aquellos tiempos donde no había peligro y se disfrutaba de "cosas tan simples’ como andar en monopatín con los amigos en la calle. Y si de cosas sencillas se trata… ¿Algo más simple que deslizarse por un tobogán? A esta altura las alturas parecen más altas ¿no?, pero ni eso amedrentó a Susi, que se aferró bien de las barandas para emprender la subida hasta que hizo cima, casi como un escalador en la cumbre del Everest. Y allí abrió los brazos en señal de triunfo. "Cada vez que paso por la plaza Laprida me encantaría tirarme por el tobogán’, había dicho antes de volver a revivir aquella experiencia Susana, que nunca fue de las calesitas ni esas cosas tranquilas. Su cara de alegría no fue menor cuando finalmente se deslizó por la empinada superficie, mientras los atentos caballeros la esperaban para garantizarle buen aterrizaje.
Una hora después, y a pedido de DIARIO DE CUYO, todos se subieron a las maromas para la última foto, pero… lo que iba a ser una "pose’ terminó en un verdadero juego de amigos, cargado de chistes y sonoras risas.
"¿Hace cuánto no jugaban así?’ fue la pregunta entonces. "¡¡Millones de años!!’ respondió Susana con los pies en el aire. "¡Qué divino!’, disfrutaba Ale. "Es una experiencia hermosa’. "Ni pensábamos reírnos tanto’, agregaron los muchachos. Cinco niños jugando en la plaza, otra vez, como en aquellos inolvidables buenos tiempos, ante la mirada curiosa (¿y hasta un poquitín envidiosa tal vez?) de los ocasionales transeúntes…