Los obstáculos sobre la calzada para obligar al automovilista a bajar la velocidad llevan años sin respaldo técnico y una ley que los avale. Las experiencias son negativas aunque algunos las defienden con más sentido político que rigor profesional. Cada gestión municipal va dejando la herencia de lomos de burro, lomadas, pianitos, cruces peatonales elevados, tortuguitas y demás elementos agresivos, según la imaginación burocrática o del mercado, ya que hay fábricas de estos elementos.
Hace un año este diario hizo un relevamiento de la sobrecarga de reductores en arterias urbanas, documentando hay 7 tipos de reductores en calles de la Capital, instalados en diferentes gestiones municipales, incluso graficó 5 de estos obstáculos en apenas 4 cuadras. Se desconoce el criterio que primó pero si el rechazo a un método violento para conseguir un objetivo sin estadísticas que lo justifiquen.
La improvisación es tal, caso de Nuche y Segundino Navarro con un enorme cruce peatonal elevado que al poco tiempo tuvieron que bajarlo por la rotura de los vehículos. Igual ocurrió en una zona frente a Plaza Belgrano, en Desamparados, con la sorpresa que los supuestos beneficiarios, los peatones, prefieren cruzan por otro lugar. Lo insólito es que la comuna pone reductores a pedido de los vecinos, según justifican, sin observar que traen más problemas que soluciones.
Lo evidente es que los gobiernos cambian pero las segundas o terceras líneas permanecen activas, prueba de ello es que la Dirección de Movilidad Urbana está colocando reductores de hormigón en Colombia y Matías Zavalla, en Esteban Echeverría y 9 de Julio, y en los barrios Mutual Banco de San Juan y Frondizi, siempre justificando del pedido vecinal -y de un puntero político-, y por ser más barato que los semáforos.
Ni Vialidad Provincial, Nacional, Tránsito, el Observatorio de Seguridad Vial, o el área específica de la UNSJ son consultadas porque coinciden en que los obstáculos son más perjudiciales que beneficiosos. Existen un historial de accidentes, algunos fatales, y relevamientos de daños a los rodados, más si son motos y bicicletas y lo sufren los pasajeros de colectivos, en tanto los vehículos mayores los ignoran.
La seguridad en el tránsito se logra con controles, educación vial, señalización universal y respeto a las leyes inherentes al tráfico vehicular a las que San Juan adhirió. Es de esperar que la convivencia en orden ponga fin a la demagogia.
