Desde hace tiempo se atribuye a la interacción incesante en redes sociales el poder lograr homogeneidades en tendencias sociales, como una singularidad de esta época histórica. Pero las sociedades parecen poseer sus propios mecanismos. El mundo todavía estaba yermo de internet cuando, por ejemplo, se inició la ola de movimientos independentistas en Latinoamérica. O más cerca en el tiempo, en las décadas de 1960/70 cuando, en diferentes países de la región, se produjeron casi al unísono golpes de Estado con gobiernos militares. También se registró sincronismo en los ’80, con el retorno de las democracias; y en lo económico, con varios países de la región afectados por hiperinflaciones. En los ’90, llega la estabilidad monetaria, privatizaciones y el crecimiento, en notable concordancia entre las naciones de la región. Evidentemente, la ola compartida se daba entre sociedades con un semejante perfil cultural, no por dictamen de medios de comunicación o redes sociales.

Pero en los 2000 el fenómeno del chavismo venezolano dividió aguas en la forma de entender las estructuras socio-económicas. La posibilidad de aprendizaje colectivo se desarticuló. Corrientes políticas se acoplaron al denominado "redistribucionismo", basado en la premisa de un Estado repartidor de lo que toda la economía producía. Tal centralización, lograda mediante el acento impositivo a la producción, ha considerado válida la emisión monetaria para su propósito, aunque ello implicase inflación. Pero la mayor parte de las naciones no quiso olvidar la lección de carecer de una moneda estable, del empobrecimiento constante a que coadyuva la inflación, optando por la opción del orden económico. Hoy, Latinoamérica presenta estos dos modelos, una dicotomía de valoraciones. Sin embargo, en la cosmovisión política sí se siguen registrando algunas olas sincrónicas, particularmente en la noción de propiedad privada. Minoritarios y vehementes sectores, espoleados por el axioma de que lo que no poseen alguien se los robó, proceden bajo una estentórea declamación de "recuperación". Es oportuno citar que en provincia de Buenos Aires se registraron unas 2.000 usurpaciones de terrenos, y la ocupación ilegal de más de 4.000 ha de tierras fiscales. Conocido es el caso de mapuches en el sur del país. Pero tales procederes parecerían integrar una escala mayor. Las recientes invasiones de campos y predios productivos en Brasil son prueba de ello. Vastos territorios clave de su economía están siendo ocupados por el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, entre otros. Han lanzado la campaña "Abril Rojo", prueba de una subyacente estrategia y propósito. Hablar de propiedad privada es hablar de organización del trabajo, y en este caso de alimentos. Porque no están apoderándose de terrenos en la selva, sino en centros de producción. Brasil es el principal exportador mundial de alimentos, un rol clave hoy jaqueado por argumentos que, en la historia, únicamente condujeron al enfrentamiento y la pobreza generalizada.