Los especialistas en demografía han señalado diversas causales sobre las periódicas fluctuaciones en la población mundial. Las tendencias, en un sentido u otro, a menudo se han revertido repentinamente; sin embargo, y como resulta evidente, la cantidad de habitantes ha resultado finalmente creciente. No obstante, desde hace un tiempo se ha ido consolidando una tendencia preocupante en grandes extensiones del planeta. Para que una población no se reduzca, deben producirse al menos 2,1 nacimientos por mujer en edad reproductiva, es el denominado índice de natalidad o fertilidad. Cuatro décadas atrás, en 1980, el índice mundial era de 4,97 hijos; actualmente se ha reducido a 2,31. Pero, para justipreciar el problema en toda su dimensión, debe considerarse que esta cifra representa un promedio. Países africanos, por caso, ostentan índices de natalidad que superan 7 hijos por familia (Somalia, Niger, Chad), mientras otros orbitan en torno a 1 hijo (Japón, Corea del Sur, Singapur, varios europeos). Argentina, en el mismo lapso de 40 años, también verificó un descenso desde 3,3 hijos (1980) a 1,8 (2019).

Este panorama revelado por cifras, en algunas naciones ha saltado a escenas cotidianas que inquietan toda mirada al futuro. En China, hoy tras India en cuanto a totalidad de habitantes, la despoblación ha originado la conformación de ciudades fantasmas en su noroeste. Análoga situación se verifica en Alemania, donde miles de inmuebles han sido demolidos, dando lugar a parques públicos. Por falta de concurrencia, en Italia se cierran definitivamente salas pediátricas y de maternidad. Corea del Sur, con un índice de natalidad de 0,92 (menos de un hijo por mujer y en descenso), padece una insuficiencia muy notable de asistentes en sus universidades. Japón no puede revertir sus índices de natalidad en descenso desde hace años, hoy de 1,31. Por tal motivo, esta nación ha sufrido un vaciamiento acelerado de las aulas, lo que no deja de generar angustias en la comunidad: cierran unas 450 escuelas públicas por año. Según el Ministerio de Educación, Cultura, Deportes, Ciencia y Tecnología nipón, 8.550 instituciones educativas han cesado sus actividades entre 2002 y 2021. Esta desazonadora noticia podría ser peor: muchas escuelas, unas 5.500, no han cerrado sus puertas, pero ya no funcionan como tales. Se les ha dado como destino museos, albergues, restaurantes, acuarios o centros comunitarios. Esta reconversión es preferida a la demolición del inmueble, lo que siempre resulta doloroso y símbolo de malogro a una sociedad que siempre apostó a la educación. Históricamente, así como en Occidente la iglesia y la plaza se constituían como centros de la comunidad, en Japón tal rol ha sido cumplido por la escuela. Muchos de estos edificios han permanecido en pie, con su fuerza simbólica, desde hace siglos. El descenso del índice de natalidad, frecuentemente atribuido a la forma de vida urbana, está literal y velozmente diluyendo sociedades señeras en todo el planeta.