No es posible comprender el devenir en una sociedad si no se conoce el sistema de ideas que le da sentido a su realidad. Porque todas las comunidades, en cualquier época, han aspirado a contar con lo necesario para vivir y además poder evolucionar. Sin embargo, en mayor o en menor grado, todas han diferido en la forma de alcanzar esos objetivos y en la manera de conciliar las relaciones de unos con otros. El caso de China, observada desde geografías occidentales, presenta particularidades singulares. Porque esta nación, más que con una religión o tradiciones ineludibles, cuenta con un sistema de pensamiento que le da estructura a toda su existencia. Fue elaborado por el pensador Confucio (unos 500 años antes de Cristo) y se trata del Confucianismo. Esta doctrina pone especial acento en la conducta individual y en los vínculos humanos. Como ejemplos de sus cánones se podrían referir las normas que guían hacia la actitud mental correcta, orientadas a alcanzar un apropiado equilibrio interior; la benevolencia basada en el respeto; un sentido del deber fundamentado en la rectitud y la honestidad. Pero lo que tal vez más huella ha dejado en la sociedad china es el principio de obediencia, que le ha dado una articulación a toda la sociedad y a esta con el Estado. El precepto base que regula todo el Confucianismo es la convicción de que existe una armonía universal que debe ser preservada, ya que en caso de ser perturbada las consecuencias se harán notar en todos los órdenes.
Dicho principio de obediencia, que salvaguarda la armonía universal, se revela en el respeto reverencial a los mayores y a las autoridades constituidas. Todo chino toma conciencia de la compleja red de jerarquías, familiar y gubernamental, y se amolda a ella sin cuestionar la inmanente verticalidad. Ni el sistema imperial ni el comunista podrían haber sido aplicados tan cabalmente de no haber existido un substrato de obediencia incondicional a toda autoridad, disposición arraigada como fundamento cultural y actitud mental. Recientemente ha llamado la atención una serie de inusuales protestas en China. Especialmente en redes sociales se las ha interpretado como síntoma de ruptura respecto a la habitual pasividad ante el sistema. Sin embargo, parece que el confucianismo se seguiría verificando, porque más que "exigir" un cambio de régimen, "piden" más libertad respecto a las rígidas restricciones contra el covid-19. Es posible que los reclamos, protagonizados por jóvenes, estén más bien presionando por un reajuste estructural de relaciones. Desde la gran mayoría de los países occidentales, donde la democracia es el paradigma, tales formas de poder y de autocontenida actitud popular se interpretan vetustas e inadmisibles. Pero ellos están reaccionando desde la perspectiva confuciana. Lo que no resulta inteligible es que en otras naciones, sin tradición confuciana y con pasados democráticos, algunas ideologías aspiren a incorporar el dirigismo estatal chino. Un inevitable choque cultural.
