El titular del Poder Ejecutivo Nacional es el Presidente de todos los argentinos por voluntad mayoritaria del pueblo para ejercer la institucionalidad de la República, y su gestión debe respetarse aunque no por ello quien lo ejerce esté libre de críticas, porque la propia democracia tiene los mecanismos para replantear las ideas y las acciones políticas mediante el análisis amparado en el disenso. Pero nunca asumiendo posiciones que envilecen el Estado de derecho, como ocurre con las difamaciones y calumnias.
El sistema no restringe la libertad de opinión consagrado como garantía constitucional y todo error gubernamental está abierto a la disparidad de criterios de la ciudadanía para advertir un camino equivocado o propiciar medidas mayoritariamente reclamadas, y también por el derecho de peticionar o criticar la acciones de los funcionarios. Lo que no puede admitirse es la difamación anónima y la calumnia ridiculizando en las redes sociales al Presidente por una conducta inapropiada, impericias o exabruptos que muchas veces el propio mandatario reconoce y se disculpa por ello. No por este respeto a las investiduras de la nación se puede coartar el humor político, ni la libertad de expresarse en cualquiera de los géneros, humorísticos o caricaturas o "memes" en los cuales somos muy creativos.
La pandemia generalizó el estrés emocional y peor a los argentinos, por los desaciertos para afrontar la crisis sanitaria, desde las cuarentenas interminables a los vaivenes de las vacunas. Peor todavía al priorizarse proyectos de ley alejados de las urgencias sociales y confrontaciones tanto en el frente interno como en la política exterior.
Si alguien quiere salir al cruce de los caminos erráticos del oficialismo, tiene la legitimidad del que piensa distinto o sugiere alternativas para el bien común, y si no es escuchado puede acudir a los ámbitos administrativo y judicial como simple ciudadano, o bien ejercer cualquier otra disconformidad amparada por la libertad de expresión. Sin embargo últimamente se opta por esconderse en el anonimato de las redes sociales donde agravios e insultos son el método para denigrar. Estos ataques son sistemáticos y afecta a los tres poderes de la república.
La cobardía está a salvo gracias a las plataformas de Internet que sirven tanto para generar juicios condenatorios como para acabar con la imagen o el buen nombre de un individuo, de una empresa, o sector político. Afortunadamente todavía existen los medios independientes que prefieren los excesos de la libertad antes que las restricciones para hacerle frente a las mentiras y las propagandas malintencionadas o engañosas en vez de abordar las propuestas que impidan caer en un abismo de desaciertos.
