En ocasiones la geografía llega a reproducir el cariz de alguna forma de pensar. La isla La Española, en el mar Caribe, alberga a dos estados soberanos, República Dominicana al este, y en el oeste Haití, como polos contrapuestos. Además de haber decuplicado el PBI per cápita de Haití, República Dominicana cuenta con una infraestructura acorde a los tiempos. En posición antitética se encuentra Haití, pobre en extremo, sacudido por la violencia y por suma de males. El contraste entre ambos es visible hasta en fotos satelitales. República Dominicana se presenta con un verdor intenso, mientras que Haití exhibe un predominante color pétreo, reflejo de su desertificación. Resulta lógico preguntarse sobre tal antinomia, siendo que ambos países comparten una misma isla. Dominicana prohibió hace más de medio siglo el uso de carbón vegetal, es decir, no podían talarse árboles para ser utilizados como combustible. Asimismo, se promovió el uso de gas natural subsidiando cocinas, entre otras medidas que le permitieron contar hoy con un 50% de su territorio con bosques húmedos. Hoy, el 70% de la población haitiana sigue utilizando carbón vegetal, a pesar de tener sólo un 2% de bosques. El país entero sufre un deterioro constante, además de temperaturas dantescas. Sin raíces de árboles, los suelos son erosionados por el viento y desplazados peligrosamente por las lluvias. Esta configuración desértica hace que cualquier cultivo sea vulnerado, al igual que la pesca, ya que los sedimentos van a parar a los ríos, lo que afecta seriamente su ecosistema.

Además de absorber dióxido de carbono, los árboles son aliados ineludibles para la vida. Sin árboles, el agua de lluvia se pierde en un 90%, ya que conservan la humedad para liberarla oportunamente al ambiente. Por ello, los árboles en verano logran reducir la temperatura en las ciudades hasta en 12ºC, de acuerdo a investigaciones suizas, entre otras similares, publicadas en Nature Communications. El bienestar y el confort es notoriamente incomparable en una ciudad verde, amén del sustancial ahorro en energía habitualmente gastada en refrigeración. Además resulta notable la reducción del consumo de agua. En un desierto, el agua se emplea mucho más y su rendimiento es siempre insuficiente.

San Juan podría estar en peligros tan serios como los mencionados. El propósito de cobrar el agua corriente por metro cúbico, en una sociedad empobrecida, menesterosa de subsidios para poder abonar facturas normales de servicios, no debería omitir escenarios consecuentes. En imágenes satelitales de nuestra provincia se puede apreciar la gran cantidad de espacios verdes y arbolados dentro de las manzanas, en propiedades de los ciudadanos. Inclusive árboles de la vía pública suelen ser regados por vecinos. Nadie podría dudar que todo esto dejaría de ser así ante la imposibilidad de ser sufragado. Un sistema de suministro público de agua no potabilizada para riego podría ser una solución. Es oportuno recordar lo que ecologistas suelen preconizar: la deforestación y la extinción suelen correr parejas.