Seguramente, y casi por unanimidad, los deseos en las reuniones sociales de fin de año coincidieron en pasar al olvido al 2020 por el enorme daño causado por la pandemia de coronavirus en todas latitudes, con pérdidas irreversibles de seres queridos y quebrantos económicos como consecuencia de la inactividad impuesta por el confinamiento. Nada podrá devolver la vida de millones de personas y la reconstrucción será ardua, pero la humanidad ha demostrado que puede sobreponerse a las peores catástrofes y con ese impulso ha recibido al año nuevo.

La crisis sanitaria global dejó también cosas buenas en este tiempo atípico, incluyendo el replanteo de políticas fracasadas en cuanto a la manera de enfrentar los contagios masivos y se reinventaron prácticamente todas las actividades económicas, desde lo laboral a distancia hasta la complejidad burocrática que ahora se resuelve en casa gracias a la tecnología. Hasta una consulta médica y la receta se resuelve por Internet, igual que la educación online con un aprendizaje del que participaron los mayores.

El orden de los valores cambió en la vida cotidiana priorizando la solidaridad con el convencimiento de que nadie se salva solo y las familias descubrieron la importancia de hablar más con los chicos porque ellos tenían mucho que decir, con emociones a flor de piel. Y, fundamentalmente, cuidarse porque nadie está a salvo de la pandemia hasta que la vacuna ponga un freno y, aún así, nada volverá a ser como en las rutinas anteriores.

Durante el confinamiento los niveles de contaminación ambiental bajaron notoriamente y según la NASA el planeta es mucho más verde que hace 20 años atrás. Se cerró el agujero de la capa de ozono, lo que parecía improbable, y la calidad del aire se refleja al ver a simple vista al Himalaya desde 200 km de distancia, como ejemplo de la menor polución por las restricciones del tráfico aéreo y terrestre. La fauna silvestre se sintió liberada, invadió áreas urbanas, y hasta las ballenas han aparecido frente a Nueva York.

Se trata de enormes cambios con la certeza de que la muerte está al acecho y la forma de enfrentarla es a través de una sana convivencia social. La pandemia nos hizo ver lo cotidiano que antes no valorábamos o creíamos que no existía. Descubrimos otros modos de ser, de querer, y los sociólogos destacan que por el caos sanitario estamos conociéndonos, sacando lo mejor de nosotros mismos y pensando por primera vez en el otro de manera efectiva.