El desaparecido Iván Márquez, negociador de los acuerdos de paz del gobierno de Colombia con la que fuera la guerrilla más grande del continente, anunció desde la clandestinidad el inicio de "una nueva etapa en la lucha armada”, de acuerdo a un video difundido por Internet el jueves último. El segundo excomandante las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), rodeado por una veintena de hombres y mujeres con fusiles y uniformes de combate, dijo que nunca fueron vencidos ni derrotados ideológicamente y por eso la lucha continúa.
Esta declaración puede ser sorpresiva para los que no conocen el complejo escenario territorial, político y social donde los combates entre fuerzas regulares, mercenarios, y guerrilleros se sucedieron por más de medio siglo hasta alcanzar los acuerdos de paz, hace tres años, con mediación internacional en Cuba. Desde entonces crecieron las disidencias por la frágil implementación del plan de dar participación institucional a los insurgentes.
Las FARC desarmadas y convertidas en partido político ya tienen espacio en el Congreso colombiano con diez escaños garantizados como parte del acuerdo de paz, pero está lejos de concretarse la promesa de reincorporar a más de 10.000 combatientes a la vida civil. La última Misión de Verificación de la ONU instó al gobierno de Iván Duque a concretar integralmente lo pactado, una forma de señalar las diferencias internas para cerrar el proceso. Es más, entre el presidente Duque, sucesor de Álvaro Uribe -firmante del acuerdo- hay diferencias de criterio y el actual mandatario ha reiterado la necesidad de hacer correcciones a lo pactado.
Los mayores temores se centran en que los líderes que han dado un paso al costado para rearmarse y volver a la clandestinidad, alimenten el fuego de las disidencias en las diferentes regiones que esperan las promesas de la democracia. Márquez ya había calificado al desarme como un "grave error” porque los fusiles eran la única forma que tenían para garantizar que se cumpla lo pactado. En realidad el Estado sigue ausente en infraestructura, servicios y condiciones de vida digna en un extenso territorio olvidado.
Y no sólo la guerrilla se expande en esta orfandad política sino l narcotráfico, que en la última década pasó de 48.000 hectáreas cultivadas a más de 200.000, volviendo a los registros de la época en que Colombia era sinónimo de narcoestado. Con este sustento económico, por una parte y el ideológico aportado por el chavismo, las FARC han colocado otra bomba en el continente, difícil de desactivar.