El columnista Andrés Oppenheimer señala en uno de sus últimos informes que no es ningún secreto que América latina sufre una corrupción crónica desde hace mucho tiempo y tiene absoluta razón. Este flagelo está tan arraigado en varios países de la región que en la mayoría de los casos forma parte de la idiosincrasia de los respectivos pueblos. Lo que sucede es que la corrupción se da en cada uno de los niveles sociales sin interesar la posición económica o el lugar que ocupe cada individuo dentro de la sociedad.

A pesar de que la Argentina ocupa el 37mo lugar entre los 180 países más corruptos del mundo, un tanto distanciado de Venezuela y Nicaragua que son los más corruptos de la región y que están en el puesto 13 y 17, se sabe que en nuestro país este mal está tan enraizado que a diario se descubren hechos que realmente llaman la atención. A modo de ejemplo podemos decir que la corrupción está presente todos los días, en hechos como tener que pagarle en la vía pública a un cuidacoche o al que se coloca en la parada de las motos para observarlas, sin que esto implique ninguna obligación o que sea una actividad establecida legalmente. También hay corrupción en la acción de punteros políticos que se encargan de gestionar ayudas sociales u otros beneficios a cambio de dejarse una parte para ellos. La seguridad, la salud y la educación también son ámbitos en los que prolifera la corrupción en sus distintas modalidades, desde el manejo del combustible de los patrulleros, la administración de los insumos médicos en los centros de salud, y en la administración de los comedores escolares, con los que siempre hay problemas. Y así se va subiendo en la escala social hasta llegar a los grandes negociados en la política, en los ámbitos empresariales y en los operadores del comercio internacional, sin dejar de lado la actividad del narcotráfico que implican millones de pesos o de dólares en maniobras ilícitas o que se realizan por fuera de la ley. Esa es la corrupción sistemática e impune que ha hecho que la Argentina retroceda a niveles increíbles y caiga en lo más profundo de un desequilibrio económico que ahora se está tratando de corregir ante la oposición de distintos sectores de cada uno de los poderes interesados en que el país continúe funcionando de la misma manera.

Ya lo ha dicho el empresario Eduardo Constantini, fundador de una de las más grandes consultoras económicas a nivel internacional: "Cambiar Argentina es tocar miles de intereses y cambios que duelen", y eso es debido a los focos de corrupción arraigados en cada uno de los sectores e instituciones de la república. 

Según el presidente Milei, el Estado es el principal foco que promueve, a gran escala, la corrupción a través de su accionar y de involucrarse en todos los órdenes de la vida nacional. De ahí su objetivo de achicar el Estado a su mínima expresión para que no siga promoviendo la cultura de la corrupción.

La tarea no es fácil, ya que hay que terminar con un estilo de vida que se ha venido promoviendo por años y en la que la educación debería cumplir un rol preponderante, ya que hay que inculcar a las nuevas generaciones honradez, transparencia y otros valores considerados como los principales enemigos de la corrupción.