Luego del encuentro en Glasgow de los presidentes y líderes mundiales de los estados miembros de las Naciones Unidas para definir acciones contra el calentamiento global, la denominada COP26 ha concluido su labor de dos semanas de intensas negociaciones para mitigar una amenaza planetaria contra toda forma de vida.

Las expresiones políticas altisonantes dieron paso a la tarea de comisiones, el ajuste fino de los propósitos declamados, para volcarlos a un documento que deben revisar los 177 países involucrados.

En la última ronda de conversaciones que nutrieron el documento con las opiniones de miles de delegados gubernamentales, de la sociedad civil, empresas multinacionales, las petroleras que tuvieron 500 representantes (el mayor grupo), y medios de comunicación, se concluyó que el carbón es el principal culpable de la crisis climática. Es toda una revelación ya que en las 25 cumbres anteriores nunca se mencionó al carbón o a los combustibles fósiles en general como causa del efecto invernadero.

Sin embargo el texto reemplazó el compromiso de "eliminación", por el suave de "disminución gradual", porque si bien la humanidad necesita abandonar el carbón para sobrevivir, también necesita la electricidad y hay naciones como Nigeria, rico en petróleo pero sin posibilidades de cambiar la matriz energética por una sustentable.

Con el antecedente de los 100 millones de dólares anuales que debían aportar los países ricos para 2020 y no cumplieron, menos confían las naciones pobres que necesitarán hasta 300 millones si deben asumir las exigencias ambientales. Es que como ha señalado el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, las promesas suenan huecas cuando los hidrocarburos siguen recibiendo billones en subvenciones.

También las principales automotrices se negaron a firmar el compromiso de vender vehículos de emisiones cero para 2040 a nivel mundial.

Con mezquindad es imposible sobrevivir, más en una crisis que requiere un cambio cultural y un gran compromiso con el bien común.