Brasil es uno de los pocos países que todavía no exigen una edad mínima para el retiro laboral, por lo tanto es una opción personal acogerse a la jubilación. El régimen actual permite jubilarse sin edad mínima a las mujeres que aportaron durante 30 años y a los hombres que lo hicieron durante 35, aunque el monto del beneficio previsional mejora para quienes prolongan su vida activa en cualquier ocupación.

Para Jair Bolsonaro este sistema es inviable para el futuro brasileño y clave en su gestión, de manera que giró al Congreso un proyecto de reforma del sistema de jubilaciones, considerado vital para el equilibrio financiero y para sustentar la credibilidad de su gobierno después de un caótico comienzo. Con esta propuesta, se establece una edad mínima de 62 años para la jubilación de las mujeres y de 65 para los hombres, con lo cual el gobierno pretende ahorrar en la próxima década 1,16 billones de reales o unos 300.000 millones de dólares, según el cálculo oficial.

También se extiende el período de aportes: el proyecto establece que los brasileños deberán contribuir durante al menos 40 años con el sistema previsional si desean jubilarse con una prestación completa. Hasta ahora los hombres y las mujeres que se jubilan prefieren hacerlo en promedio a los 56 años y a los 53, respectivamente, un caso atípico en la región y prácticamente en el mundo. También son atípicas las pensiones que Brasil paga a los trabajadores retirados del Estado: 70% de su último salario, cuando en los países desarrollados este indicador está en el 53% de promedio. Además, hay regímenes especiales, como el policial y militar con retiros aún a menor edad.

Adelantándose a la ola de protestas que seguramente tendré esta reforma, el mandatario ultraderechista advirtió a la dirigencia sindical que, sin un nuevo régimen de jubilaciones, "Brasil quebrará en 2022 o 2023”. El costo de los regímenes de jubilaciones representaron en 2017 un 13,64% del PBI brasileño y sin correcciones podrían llegar al 23% en 2060.

La advertencia de quiebra puede parecer exagerada, pero hasta sectores de la oposición y del propio gremialismo admiten por lo bajo que algún tipo de reforma es necesario en un país con una población en proceso de envejecimiento y un sistema jubilatorio casi de privilegio y por ello insostenible.

Los cálculos parecen dar la razón a Bolsonaro, pero la resistencia opositora será dura.