Cada vez que en el país se convoca a una celebración masiva para festejar logros de carácter deportivo, social o político, o se realiza algún megafestival artístico musical, los daños en la infraestructura de la ciudad en que estos eventos tienen lugar son inevitables. Una buena parte de los argentinos asocia las grandes aglomeraciones con la posibilidad de concretar todo tipo de desmanes, con absoluta impunidad, amparados por el anonimato que confieren las multitudes y la imposibilidad de las fuerzas del orden para controlar e identificar a los vándalos que se ocultan en esas mayorías.
Este tipo de comportamiento es propio y característico de nuestro país donde los promotores de los daños suelen no identificarse y cuando se lo hace, es muy poca la sanción que se les aplica, por lo que en una nueva oportunidad reinciden sabiendo que la pena no es muy dura, ni estricta.
Este fenómeno social que a la fecha ha sido analizado por numerosos especialistas y psicólogos, en un intento por determinar las causales que lo provocan, tiene su origen en un problema de educación que actualmente afecta a elevados porcentajes de argentinos. Ya el ilustre maestro Domingo Faustino Sarmiento sostenía en su época que "Todos los problemas son problemas de educación" al intentar demostrar que el comportamiento de la gente muchas veces estaba condicionado al nivel cultural y de conocimientos que puede llegar a tener una persona. Mientras no avancemos en tratar de tener una sociedad más educada, el país y la provincia no podrán salir de la actual situación y seguiremos observando daños como los cometidos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el martes pasado, con motivo de los festejos del tercer campeonato mundial de fútbol, obtenido por la Selección argentina.
En otros países amantes del fútbol, con varios logros internacionales como es el caso de los países europeos, estas conquistas también se festejan con verdaderas fiestas, pero tratando de guardar la mesura, sin provocar daños que posteriormente les cuesta reparar al propio Estado. Los españoles celebran en la Fuente de Cibeles, en Madrid; los ingleses en Piccadilly Circus; los franceses por la Avenida Campos Elíseos y los italianos por las calles de Roma, en las inmediaciones del Coliseo, pero a ninguno de ellos se les ocurriría dañar a alguno de estos míticos lugares, como ha ocurrido con el Obelisco de la Ciudad de Buenos Aires el martes pasado.
La necesidad de promover un cambio de mentalidad y de actitud ante la euforia de los festejos, o ante la concurrencia a eventos masivos, es primordial para un país que pretende conservar sus tradiciones y seguir, en cierta forma, promoviendo estas manifestaciones. Está bien que el pueblo festeje, pero debe hacerlo dentro de límites impuestos por el buen comportamiento y el cuidado del patrimonio. Es necesario impartir pautas de educación que formen a la persona en el cuidado de su entorno, más allá de los controles y sanciones ejemplarizante para quienes transgredan esas normas.
