Asumir un gobierno buscando dejar atrás décadas de populismo, ha sido el mayor reto para la coalición de Cambiemos que llevó a Mauricio Macri a la Presidencia de la República hace un año. Las enormes deformaciones en la estructura socioeconómica son un lastre en el intento de revertir las presiones de los factores de poder que distorsionan la distribución de ingresos. 

Es que ningún modelo de gobierno puede ser sostenible si ocho millones de personas del sector privado deben sostener a los casi veinte millones que dependen del Estado, verdadera incongruencia llamada "costo argentino", difícil de desactivar por los privilegios sectoriales acumulados como estratos geológicos. Por eso no hay plata que alcance para mantener esta estructura monstruosa a pesar de disponer de una de las mayores presiones tributarias del mundo. 

Las emergencias urgidas en la inmediatez de las correcciones puntuales impiden diseñar programas de largo plazo, menos si oficialistas y opositores tienen más objetivos electorales que ideas para salir de la encrucijada. Peor aun si las venganzas partidistas se transforman en obstáculos a fin de no dejar gobernar, esperando el fracaso de este gobierno. 

Macri debe navegar en este mar embravecido con nubarrones en el horizonte, aunque todavía lo acompaña un 43,6% de imagen favorable, según un último sondeo nacional, más por la transparencia y el ordenamiento que busca su gestión. El problema es salir del atolladero mientras se reclaman promesas de campaña incumplidas y la inseguridad sigue al tope de la irritación popular, y el narcotráfico, la desocupación, la pobreza y la presión impositiva dominan las expectativas. Es que la carga fiscal está tan arraigada en provincias y municipios que no se puede desmantelar mientras siga aumentando las plantas de personal. De allí la avidez por la coparticipación que golpea a Macri.  

Por otra parte es justo reconocer que este gobierno cambió la imagen de la Argentina reinstalándola en la escena internacional. Descongeló la relación bilateral con Washington, se alejó del chavismo, y avanza hacia nuevos acuerdos comerciales con los países desarrollados en busca de inversiones. Además, recompuso la relación con los organismos financieros multilaterales gracias a la confiabilidad de los números del país. 

El balance de un año de gobierno escasamente alcanza para volantear sin perder el rumbo, aunque hubo que poner marcha atrás para sortear muchas desprolijidades.