Cada vez que sucede un hecho vinculado al terrorismo nos damos cuenta que ninguna ciudad del mundo está preparada para un atentado. En este caso se trató de Barcelona, pero ya se han sucedido otros ataques similares en capitales como París, Londres, Madrid, Estocolmo, Niza o Berlín.

La ciudad española celebraba unas horas antes de este brutal atentado el veinticinco aniversario de los Juegos Olímpicos que la consagraron globalmente como una ciudad artística y atlética por excelencia. El ataque fue tan dramático que todo quedó suspendido, inclusive las programadas fiestas del barrio de Gràcia, famosas por la decoración de sus calles que se convierten en preciosos miniparques temáticos, que son visitados por miles de lugareños y de turistas. De la celebración se pasó al llanto y al terror.

La multitud tuvo que dejar la zona de La Rambla, donde se produjo el atentado, para posibilitar que la Policía active los protocolos que se utilizan en estos casos, con el cierre de las estaciones de metro, acordonar la zona, inspeccionar la furgoneta homicida e iniciar la persecución de los sospechosos. Todo un sistema debidamente estudiado pero que no posibilitó advertir en qué momento miles de personas que tranquilamente caminaban por la zona iban a ser objeto de un nuevo e irracional ataque de los fanáticos del Estado Islámico.
Con el número de víctimas confirmadas, 14 en total, incluyendo una mujer de doble nacionalidad argentina-española, queda ahora preguntarse cómo seguirá esta historia. A qué país o a qué ciudad le tocará enfrentar esta ola de irracionalidad a la que en algún momento se le deberá hacer frente tratando de solucionar el problema de fondo, con sistemas de inteligencia que adviertan con debida antelación la gestación de estos ataques, o llegando hasta las últimas consecuencias en materia de controles o admisión de personas consideradas sospechosas.

Los países europeos, en este caso, y los del mundo entero deberán abocarse a solucionar este interminable conflicto que sigue sembrando de víctimas los sitios más emblemáticos.

La comunidad internacional debe autoconvocarse para tratar este tema en profundidad e intentar encontrar una solución a una confrontación que crece día a día.

No se debe esperar que ocurra con otra ciudad lo mismo que hoy afronta Barcelona. El mundo debería declararse en estado de emergencia y abocarse de inmediato a evitar nuevos hechos de estas características que nos colocan en una situación de vulnerabilidad que no podemos admitir.