No siempre quien es elegido legítimamente posee liderazgo. Si bien en ciertos casos se hace menester el poseer ciertas características personales, lo que sustenta la estatura de cualquier líder es la puntualización de una meta elevada. No sería cualquier objetivo alcanzable en el corto plazo, la promesa de algo impracticable o una edulcoración como para encender entusiasmos irreflexivos. El líder se configura como tal cuando propone un camino para superar lo inevitable, ya fuese un desafío de crecimiento o atravesar una época difícil. Resulta oportuno evocar al Primer Ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill. No usufructuó su elocuente palabra para disfrazar falacias irresponsables, sino que le anunció a los británicos "sangre, sudor y lágrimas”. Es claro que este no era un objetivo, sino un itinerario ineludible para alcanzar la victoria. Un recorrido incierto, amenazador y sembrado de vicisitudes, pero la meta era inspiradora.

Sería interesante llegar a decodificar qué se entiende hoy por liderazgo. Predomina una indeterminación que no es trivial. Porque a menudo, y en todo el planeta, se eligen autoridades sólo con un basamento de expectativas voluntariosas. Al no existir un propósito que aglutine a toda la sociedad en un camino de superación, todo resulta nada más que en malabares de eslogans. Y como la realidad suele ser indómita con quien no la toma con seriedad, la falta de precisión en la concepción de liderazgo ha empujado al mundo a una época en que el poder se ha vuelto insustancial. Es decir, autoridades constituidas debidamente, pero con un descrédito institucional inicial que la conocida "luna de miel” es hoy casi inexistente. En las repúblicas presidencialistas, las eventuales faltas de liderazgo se intentan suplir con una narrativa creativa, tan repetitiva como desgastante e ineficaz. En las democracias parlamentarias, por el contrario, existe el recurso de cambiar autoridades sin que el edificio institucional se vea afectado. Es el caso del Reino Unido, donde la Cámara de los Comunes elige primer ministro. Si por cierto motivo se hace necesario un cambio de primer ministro, los legisladores eligen otro.

La premier del Reino Unido, Liz Truss, ha dimitido tras sólo 45 días en el cargo. Había llegado al mismo con el anuncio de un paquete económico que impulsaría la economía. En él reducía o eliminaba varios impuestos, lo que en concreto significaba un aumento del dinero disponible para los ciudadanos. Pero cuando se tuvo en claro que los recortes impositivos no serían financiados con austeridad del Estado, sino con dinero prestado, los mercados se alarmaron y los efectos se desencadenaron. Días turbulentos sobrevinieron, en una cultura que no acepta el endeudamiento como sistema. El liderazgo de Truss no fue suficiente como para dar vuelta la página. Resulta difícil concitar apoyos cuando no se plantea un rumbo abarcativo y en perspectiva. El pensador romano Séneca sostenía: "Nunca hay vientos favorables para quien no sabe adónde va”.