Los últimos movimientos militares, en particular aéreos, son provocaciones de uno y otro lado en la vieja disputa política y territorial china entre los gobiernos de la República de China, fundada en 1911 tras el colapso de la última dinastía imperial y la República Popular China, surgida en 1949 con la irrupción al poder de la revolución comunista liderada por Mao.
A pesar de unirlos el idioma, la cultura y el credo, la isla de Taiwán y la China continental han sido gobernados por separado desde el final de una guerra civil, hace más de siete décadas, en la que los nacionalistas derrotados huyeron a Taipéi y crecieron en democracia, respetando los derechos humanos, el libre mercado y la libertad de expresión.
Sin embargo, Pekín ve a Taiwán como una parte inseparable de su territorio, a pesar de que el Partido Comunista de China nunca ha gobernado la isla democrática de unos 24 millones de habitantes, aunque en ese lapso las tensiones se manifestaron con bombardeos costeros, violaciones del espacio aéreo y marítimo por parte del gigante asiático.
El tema de fondo es la ambigüedad de un territorio que no es república formalmente establecida, aunque se maneje con estilo occidental a través de décadas de hostilidad en el que ambos bandos aseguran ser los gobernantes legítimos de todos los territorios chinos. Oportunamente Pekín le ofreció a Taiwán la fórmula de "una nación, dos sistemas" como la aplicada a Hong Kong, pero los taiwaneses la rechazaron. Prefieren, según las encuestas, seguir como están, sin una eventual unificación ni una independencia declarada.
Esta posición incomoda al plano geopolítico y diplomático en cuanto a las relaciones formales, pero no hay dudas acerca de la estrecha colaboración de EEUU con el gobierno de Taipéi, al punto que el propio presidente Joe Biden le ha exigido a su par Xi Jinping que detenga el avance sobre la isla, al conocerse versiones de estar preparándose una invasión a gran escala a Taiwán para 2025.
Pero Washington le sigue vendiendo armamento y transfiriendo tecnología, fábricas y asistencia a los isleños, además de vacunas contra el coronavirus e insumos médicos. Para Pekín los norteamericanos deberían dejar de apoyar a las fuerzas que buscan la independencia y, en su lugar, tomar medidas para mantener la paz y la estabilidad en la región.
Sin embargo se ve difícil un conflicto armado que arriesgaría la ambiciosa meta del Partido Comunista de convertir a China en una nación desarrollada que lidere regional y mundialmente para 2049. Una invasión la llevaría a un colapso económico. Y la Casa Blanca ya tiene la experiencia de Afganistán con dos décadas y tres billones de dólares perdidos.