Cada vez son más los casos de enfrentamiento entre jóvenes, en los diversos ámbitos a los que concurren, que terminan con un gran número de heridos o muertes provocadas por actitudes violentas y desenfrenadas, que se desencadenan con una agresividad tal que los expertos creen que es propia de la época de incertidumbre en la que vivimos.

La muerte del joven Alan Lucero de 16 años ocurrida el sábado 9 del corriente a la salida de una fiesta en el departamento Santa Lucía, durante un enfrentamiento protagonizado por grupos antagónicos que suelen marcar sus diferencias promoviendo estas peleas, puede ser considerada como la punta de un iceberg respecto de los casos de violencia juvenil que se están registrando en nuestra provincia y en todo el país. No todas las situaciones de pelea entre jóvenes son denunciadas ni terminan en muertes como ha ocurrido en este caso, pero si se puede asegurar que este tipo de enfrentamientos son más comunes de lo que se cree. Se trata de un fenómeno en crecimiento que preocupa porque está motivado por diversas causas que van desde la situación económica y social por la que atraviesa el país hasta aspectos vinculados con las secuelas dejadas por la pandemia del Covid 19 y los problemas de salud mental que se han puesto de manifiesto en los últimos años. Más allá de estas causales generales hay otras más específicas que tienen que ver con el entorno en el que se desarrolla el joven y que lo acercan a actitudes agresivas que luego desencadenan la violencia que es ejercida contra sus pares y, en ocasiones, con el resto de la comunidad. De ahí que muy frecuentemente la crónica diaria de cuenta, además de las peleas entre barras, de robos a mano armada, arrebatos en la vía pública, violaciones, robo de automotores, violencia de género y otras tantas variables de agresiones que tienen lugar casi todos los días.

Es importante tener en cuenta que la violencia juvenil ha sido catalogada como un problema mundial de salud pública, que incluye una serie de actos que van desde la intimidación y las riñas al homicidio, pasando por agresiones sexuales y físicas más graves.

Si bien es cierto que la violencia juvenil no es exclusiva de ningún nivel social, hay una cierta inclinación hacia los jóvenes que tienen acceso al alcohol y su consumo indebido; a las armas de fuego; a los que se vinculan con pandillas y traficantes de drogas ilícitas; a los que pertenecen a sectores con grandes desigualdades en sus ingresos; a ámbitos con predominio de la pobreza y a sitios donde la calidad de la gobernanza es muy baja. Este tipo de violencia también se da por la escasa vigilancia y supervisión de los hijos por los padres; vínculos afectivos deficientes entre padres e hijos y desempleo en la familia.

Controlando un poco más de cerca estas pertenencias e implementando programas efectivos de asistencia social y psicológica se podría llegar a crear mejores condiciones para que la violencia de esta franja etaria no siga creciendo y así generar mejores condiciones de vida y seguridad en general para la población.