Las calles de Buenos Aires volvieron a convertirse en un campo de batalla durante la manifestación que el miércoles pasado realizaron distintas agrupaciones de jubilados, esta vez con el apoyo de las barrabravas de los principales clubes de fútbol del país, que se sumaron espontáneamente manifestando su decisión de apoyar al sector pasivo en sus reclamos al Gobierno.

La presencia de estos grupos de choque hizo que el salvajismo ganara nuevamente las calles y que las fuerzas de seguridad tuvieran que extremar medidas para controlar los desmanes y disturbios que se comenzaron a generalizar en los alrededores del Congreso Nacional.

Desde que se estableció el protocolo ‘antipiquetes”, a poco de asumir la actual gestión de gobierno, se aplicó un freno a todas aquellas protestas violentas en las que los manifestantes destruían todo a su paso y enfrentaban a las fuerzas de seguridad con total audacia sabiendo que no iban a ser reprimidos. Con el protocolo se consiguió un mayor orden en la CABA (Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y en todas las demás capitales donde habitualmente se realizan este tipo de manifestaciones. Con este accionar se logró reducir el número de piquetes y acampes en la vía pública, los cortes de calles y que las marchas tuvieran un cierto orden para no interrumpir el normal desenvolvimiento de la vida ciudadana.

Pero el miércoles pasado todo esto se desdibujó y con el argumento de que las barrabravas se sumaban a la protesta en solidaridad con el sector pasivo, los enfrentamientos con la policía fueron inevitables. En las columnas de manifestantes se pudieron ver algunos pocos jubilados y el predominio de personas jóvenes, barrabravas, con las camisetas de los clubes a los que supuestamente pertenecen, con una actitud sumamente agresiva que los llevó a arrojar piedras, destruir todo lo que encontraban a su paso y a proferir frases ofensivas sobre el actual gobierno y la política de seguridad social en vigencia.

Ha llegado el momento de repudiar estas manifestaciones y estos comportamientos, especialmente después de que se había conseguido una momentánea calma que nos llevaba a tener la esperanza de un cambio positivo en el país. Cuando pensábamos que se había logrado desechar la violencia de las calles con un accionar más enérgico, y que la calma podía conservarse con un proceder claro y bien definido, basado en el principio que expresa: ‘mis derechos terminan donde empiezan los de los demás”, grupos sediciosos camuflados en aparentes hinchas de fútbol instalaron nuevamente la violencia en busca de oscuros objetivos vinculados a alterar el orden institucional del país.

Como argentinos debemos defender la tranquilidad que habíamos conseguido y rechazar estas supuestas muestras solidarias de los barrabravas que indudablemente tienen dobles intensiones al fin declamado.