Creció en una familia de ciclistas, mamando desde chico la pasión por este deporte. A los 11 ya corrió su primera carrera y hasta los 23 se mantuvo en competencia continua. Pero, debido a su “segunda pasión” tuvo que retirarse por un par de años: el negocio de cotillón que inició junto a su esposa para mantener a la familia. Tras ingeniárselas pudo volver a desarrollar ambas actividades y con un éxito “impensado”. Se trata de Alan Ramírez, que en el mes de enero pasado ganó la clásica Doble Difunta Correa, tras un accidente que lo dejó en terapia intensiva, y que hoy inaugura un polirrubro que hasta abastece a proveedores de otras provincias. Dijo que todo esto fue posible gracias al apoyo incondicional de su familia y a la convicción de que con voluntad todo se logra, ya que “por más dura que sea la vida, no hay que dejar de pedalearla”.

Alan cree mucho “en el universo” y en las buenas energías. Dijo que si uno se mentaliza en conseguir lo que se propone, lo logra. Y que él se mentalizó para superar algunas circunstancias adversas y poder prosperar a nivel deportivo y comercial.

Feliz. En la previa de la inauguración de su local de polirubro, el ciclista Alan Ramírez dijo que se siente feliz por los logros a nivel deportivo y comercial.

Este joven, de 33 años, dijo que en su casa se respiraba ciclismo. Y que con un abuelo y un padre ciclistas, y un tío bicicletero, era imposible permanecer ajeno a esta pasión. Es por eso que por 12 años consecutivos corrió de manera profesional y obteniendo importantes logros, aunque el mayor llegó en el 2024 y tras estar un año fuera de pista por el accidente que sufrió mientras corría la Doble Chepes, en La Rioja, y que lo dejó una semana en terapia intensiva con derrame cerebral y tres costillas y una clavícula fracturadas. Al mes recibió el alta y no dudó en volver a montar su bicicleta. Dijo que se mentalizó con ganar la Doble Difunta Correa para cumplirle el último deseo a Esperanza, su abuela paterna. “Mi abuela falleció hace 2 años mientras se corría una Doble Difunta Correa. Ella quería escuchar el audio de cuando yo cruzara la línea de llegada en primer lugar. Y se lo cumplí. Este año me mentalicé con ganar esta carrera tradicional y lo hice. Luego visité la tumba de mi abuela y le hice escuchar el audio de mi llegada. Es que ella también me enseñó que por dura que sea la vida, no hay que dejar de pedalearla”, dijo Alan sin poder contener su emoción.

El deportista sostuvo que también se mentalizó por sacar adelante el negocio de cotillón que inició con Analía, su esposa, el 1 de diciembre del 2013 y que, pese a las crisis económicas, logró sobrevivir y crecer. Aunque este crecimiento lo alejó del ciclismo por un par de años, ya que era “muy complicado” cumplir con las exigencias de ambas actividades. “La primera compra que hicimos con mi esposa para iniciar el negocio de cotillón fueron 10 bolsitas de globos y otras 10 de juguetitos surtidos para armar piñatas. Arrancamos de cero, pero con esperanza y pasión de crecer en el rubro. Con mucho esfuerzo logramos abrir el primer local comercial y fue entonces que tuve que dejar el ciclismo porque no podía dedicarle tiempo al entrenamiento” dijo el joven.

En ese “parate” Alan engordó 20 kilos y pensó que no podría volver a ser el deportista que era, pero se propuso superar esta otra adversidad. Dijo que gracias a que lograron formar un equipo de trabajo de gente profesional y de confianza, pudo delegar algunas responsabilidades del negocio familiar, entrenar nuevamente con intensidad y ponerse en forma para continuar con el ciclismo de manera profesional. “Hoy, inauguramos un polirrubro que no sólo vende dentro de la provincia, sino también a proveedores del resto del país, y que trabaja con marcas líderes. Aunque considero que el mayor logro es poder beneficiar con este trabajo a 8 familias. Todo esto es gracias al apoyo incondicional de mi esposa y de mis dos hijas, Bianca de 9 años y María Paz de 7, que siempre están a mi lado para alentarme. Ellas conforman mi tercera pasión”, sostuvo el ciclista.