En los dichos del presidente Javier Milei está el que expresa que “los argentinos somos profetas de un futuro apocalíptico que ya hemos vivido”. Con esto hace referencia a la historia del país, que de una época de gran prosperidad en que estaban en vigencia políticas e ideas libertarias, se pasó a un período de decadencia producto de reemplazar esas ideas por experimentos colectivistas o socialistas que desencadenaron la peor etapa económica y social que le ha tocado atravesar a la Argentina, hasta dejarla en el desastre económico financiero más grave de todos los tiempos.

Si se analiza la historia argentina de los dos últimos siglos se verá una tragedia que se dio en dos partes con su lógico ascenso y caída.

Transcurría la mitad del siglo XIX, cuando la dirigencia del país adoptó los principios básicos del liberalismo, que son la defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada, tuvo como consecuencia el crecimiento económico más grande de la historia. En ese período la Argentina crecía más que el equivalente a las tasas chinas de ese momento. Era una potencia mundial. Fue la primera nación en la historia en erradicar el analfabetismo y había un PBI superior a la suma de los PBI de Brasil, México, Paraguay y Perú juntos.

La Argentina era por entonces un país periférico que el resto del mundo apenas conocía, no obstante así se convirtió en la meca de Occidente al recibir millones de inmigrantes -en su gran mayoría españoles- que llegaban en búsqueda de encontrar una vida mejor.

Pero en algún momento de la primera mitad del siglo XX la dirigencia política se enamoró del Estado, abandonó las ideas de la libertad y las reemplazó por la doctrina de la Justicia Social, que atenta directamente contra la libertad y la propiedad de los individuos. Fue cuando comenzó el siglo de la humillación argentina. Cien años de decadencia en los que se rompieron todas las reglas básicas de la economía, gastando lo que no había bajo el pretexto de que “donde hay una necesidad hay un derecho”. De ahí en más la Argentina vivió en forma permanente con déficit fiscal y con un creciente gasto público que debía ser financiado con deuda, una pesada herencia que pasó de padres a hijos, nietos y generaciones futuras.

Esta situación es la que ha provocado que Argentina, siendo un país que produce alimentos para 400 millones de personas, no refleje ese potencial debido a que el sector agropecuario soporta una presión fiscal del 70%, que hace que el Estado se quede con el alimento que le corresponderían a 280 millones de personas. Todo un escándalo que se suma a la gran corrupción que se ha dado en todos los niveles, y a los desaciertos económicos propios de varios gobiernos, especialmente durante la etapa kirchnerista.

Con esta nueva conducción se están generando mejores condiciones que el pueblo argentino debe considerar como una alternativa válida de iniciar un proceso de crecimiento y desarrollo, y una única salida a la situación de pobreza y postergación a la que se enfrenta toda la Nación. Si queremos dejar de ser pobres debemos asumir el compromiso de producir más y gastar menos, una ecuación infalible que debe ser aplicada en todos los órdenes de la vida.