Fotos: colaboración Pilar Cortez

Por suerte hay tantas historias dónde hay abuelos que son pilar. Este es el caso, que coincidentemente tiene a Pilar Cortez de protagonista, quién con los años se recibió de diseñadora de indumentaria, talento que lo combina con sus ansias de ser una verdadera artesana en su emprendimiento “Hebras”. Pese a que trabajó en una fábrica textil como costurera el tiempo justo para definir que no era lo que quería para su vida laboral, actualmente se dedica a hacer productos de marroquinería en yute, hilos y telas, inspirada en aquellas carteras que le enseñó su abuela Nelly a tejer cuando era pequeña y en los soportes de madera con clavitos que le armaba su abuelo para dar sus primeros pasos enlazando trenzas de cabello con hilo encerado y piedritas de colores, a las que le siguieron pulseras y collares. Con los años, hizo bufandas y también esas carteritas tejidas a dos agujas, pero en hilo de totora.

Tenía 16 años cuando con toda la soltura y decisión instaló una mesita de madera de su abuela en un rinconcito de la plaza de Santa Lucía, justamente para la fiesta departamental que reúne a miles y miles de personas año a año. Ese fue su estreno como ‘artesana”, pero no como comerciante, ya que antes había vendido helados. En ese escenario fue que hizo sus primeras trenzas, con las que ganó bastantes billetes para sus propios gastos. No iba sola, tenía una cómplice, su amiga Ruth, con la que hizo varios de estos emprendimientos adolescentes que cosechaban clientela al por mayor.

“Creo que desde ese momento me di cuenta que me gustaban mucho las artesanías y todo ese mundo que implica trabajar con las manos, generar creatividad para resolver las cosas y buscar nuevas ideas para nuevos proyectos, algo que a mí me salía fácil. Es algo que disfrutaba mucho, que me parecía bonito y alentador”, recuerda quien hoy tiene 35 años, es mamá de dos varones de 9 y 12 años y feliz dice frente a su título formal de diseñadora del Instituto Cervantes que puede vivir de lo que más le gusta hacer.

Salvo las pocas clases que alcanzó a darle su abuela en dos agujas -ya que falleció siendo muy joven- nunca más nadie le enseñó cómo hacer un punto o alguna técnicas de tejido. Ella los fue descubriendo sola. Inclusive a veces llegaba a pensar que si hacía “dos nudos para acá y tres para allá”, inventaba un procedimiento que le permitía avanzar en sus proyectos de tejido. Sin embargo, más de una vez, cayó en la cuenta que estaba todo creado, por más que ella no supiera los nombres de los puntos. De lo que no hay dudas es que en este aspecto es autodidacta.

Eso sí, para las carteras Pilar tiene su metodología de diseño: primero las va dibujando en un papel borrador, elige los materiales que va a utilizar y luego va uniendo con costuras en zig zag cada hilo. A este procedimiento ha llegado luego de muchas pruebas y errores superados, tener que coser y descoser, ya que no le fue fácil hacer su primera carterita, un bolso pequeño, con forma redonda que fue perfeccionando y es la que caracteriza su marca. Pese a que ésta es la preferida, convive en su tienda nube con las decenas de otros modelos que ya ha hecho: con forma alargada, tipo bandolera, bolsos mas grandes, bolsos materos, sobres con cierres, morrales. Su última innovación fueron los sombreros, semejantes a las capelinas, que fueron furor en una feria mendocina y el impulso para seguir incursionando, siempre en el rubro marroquinería.

“Al principio las carteras cerraban con un enlazado de tiritas que no las hacían tan seguras, pero quedaban muy lindas. Escuchando las sugerencias de los clientes, agregué una bolsa de lienzo en el interior para contener todo lo que una persona quiera y necesite llevar sin temor a perder nada o a que alguien meta la mano y le robe algo, porque estas bolsas se ajustan y se atan. Aparte ahora todas las carteras cierran con una soguita que agarra un botón de madera muy chic’, explica los avances la emprendedora que para producir estos accesorios utiliza cuerdas de algodón, cuerdas de yute, tela de lienzo y un detallito en ecocuero donde va la marca. A veces, combina no sólo las texturas, también los colores. Su gama favorita es la de los tierra que incluye no solo marrones y ocres, sino también los crudos y naturales, algunos verdes y el negro o azul bien oscuro.

“Aunque están muy de moda todo este tipo de accesorio, creo que las eligen por la prolijidad, la creatividad, el diseño y la versatilidad. ¿A quién no le gusta tener algo único, que sea lindo y cómodo? Son únicas porque al ser hechas a mano, ninguna sale igual que otra. Nada está estandarizado’, dice la mujer que cuando se recibió con unas amigas diseñó prendas (algunos vestidos, remeras y pantalones), pero cómo comercialmente no les fue bien, duró muy poco. Luego ingresó a una fábrica textil y como todos los días cosía lo mismo percibió que no era lo que quería, sentía que tenía las manos atadas. En pandemia, hizo barbijos sublimados para empresas y para escolares pero soñaba con algo más, inclusive siempre ha cosido su ropa y la de conocidos, no sólo de diario sino de fiesta. Pero tampoco era lo que quería. Ella, soñaba con sorprender, con hacer algo diferente. Por eso, descubrir que podía hacer carteras fue lo que le permitió conjugar sus conocimientos de diseño pero también su gusto por las artesanías. Por suerte, la gente lo valora muchísimo.

Las carteras se venden en redes sociales (@hebrasenamora en Instagram y Facebook), en ferias y en la Tiendita del Chalet Cantoni (que abre todos los jueves, viernes y sábados).