Para los delincuentes (suponen que al menos dos) el ingreso a la escuela secundaria José Rudencio Rojo apostada en avenida Uñac (más conocida como Mendoza) casi Calle 14, en Pocito, representó un esfuerzo mayor, complicados para colarse por las ventanas con rejas o por las puertas, la mayoría doble hoja aseguradas con gruesas cadenas, grandes candados y, además, una silla por dentro a modo de traba. Por eso, subieron de alguna manera al techo por el frente del edificio, rompieron el acrílico de una banderola y uno de ellos se descolgó desde unos 4 metros hasta el pasillo central. Después -suponen- colocó la escalera utilizada en la ornamentación del salón principal por el festejo del 25 de Mayo para que bajara su cómplice, enfilaron hacia la sala de porteros y de allí sacaron todas las llaves que, una por una, probaron sin éxito en los dos candados encajados en dos gruesas chapas soldadas a la puerta de su objeto: la sala de radio, donde están los aparatos y equipos que los alumnos (concurren unos 300) usan para practicar y desplegar sus habilidades como futuros comunicadores.
Pero no pudieron. Ninguna de las llaves abrió esos candados, porque esas llaves no quedan en la escuela, dijeron. Y entonces pusieron en marcha una suerte de plan B, porque sacaron el pico metálico de la manguera para incendios, rompieron otra banderola situada sobre la puerta del depósito, improvisaron un escalón con la heladera de portería y se descolgaron hacia las cajas con mercaderías: apenas 7 paquetes de leche y otros 7 de arroz con leche fueron parte de su escaso botín. Todo se descubrió el lunes.
Una maniobra que seguramente ocurrió a mil, porque mientras se movían dentro de la escuela la alarma no paró de sonar. Todo hace suponer -por el tiempo que debieron utilizar- que se escondieron cuando llegaron algunos policías (los llamó la portera que vive más cerca el sábado a eso de las 3) y se fueron luego de no notar nada raro en cada uno de los ingresos de esa escuela sin cierre perimetral.
Nunca imaginaron que los delincuentes habían entrado por el techo y aún podían estar adentro. Al parecer, cuando los policías se fueron, los ladrones subieron por la misma escalera y se fueron por el mismo lugar por donde entraron, casi con las manos vacías. No así su estómago, porque le dieron fin a una jarra con chocolate que había sobrado de los festejos patrios del último viernes.
“Hace dos años que estamos en este edificio y ya en febrero del año pasado entraron y nos robaron los inodoros, pavas eléctricas y otras cosas. Entonces con esfuerzo de la comunidad educativa, juntamos para comprar cadenas y candados y, además, trabamos por dentro las puertas con sillas. No esperamos ni vamos a esperar a que nos desvalijen la escuela si no nos mejoran la seguridad, porque acá teníamos un policía de custodia pero desde enero lo sacaron”, dijo ayer la directora de la escuela, Cecilia Vedia, mientras mostraba cómo, otra vez con esfuerzo propio, atravesaron un grueso hierro soldado en los marcos de las banderolas para complicarles el ingreso a los ladrones.