La controversial figura del general y caudillo chileno José Miguel Carrera (1785-1821) ha sido reconocida como protagonista en la historia de la independencia de la América Española y ha generado un constante proceso de debate y revisión entre los historiadores. Un aspecto de esta revisión puede ser precisar su vinculación con la provincia de San Juan, en donde fue derrotado de manera definitiva el 31 de agosto de 1821, hace exactamente 203 años, en la Batalla de Punta del Médano. Llamativamente, este hecho que tuvo repercusión en gran parte de América, no ha quedado registrado en la memoria histórica de los sanjuaninos.

Carrera, quien pertenecía a una poderosa familia tradicional chilena, asumió el mando del gobierno revolucionario de Chile tras el inicio de la llamada Patria Vieja (1810-1814) contra el dominio español. Cuando este gobierno fue derrotado en la Batalla de Rancagua, junto con un enorme número de expatriados chilenos, se radicó en Cuyo y quiso ser reconocido como Jefe de Estado en el exilio. El general José de San Martín y el gobierno revolucionario de Buenos Aires se lo negaron, lo que originó una enemistad manifiesta entre estos dos hombres. Además, poco después San Martín anudó una alianza política y militar con el rival de Carrera, Bernardo de O’Higgins, hecho que le permitió al Libertador consolidar su poder cuando, tras el Cruce de los Andes en 1817, logró recuperar Chile para las armas revolucionarias.

Ante este panorama adverso, Carrera marchó primero a Estados Unidos en 1816 y luego regresó al Río de la Plata. Su fin último era claro y firme: deseaba regresar a Chile, derrocar a O’Higgins y recuperar el gobierno. Para ello contaba en 1820 con una fuerza propia integrada por militares chilenos que le eran adictos y fuerzas irregulares formadas por montoneros, desertores e indios con los que inició la campaña desde Santa Fe hacia Cuyo en noviembre de 1820. En su recorrido, produjo o consintió actos de pillaje como en el ataque a Salto en la frontera bonaerense, lo que originó su fama de salteador cruel y despiadado. Esta imagen, agigantada por la propaganda de sus enemigos, contrastaba con sus grandes dotes para conducción militar y política.

Tras pasar una breve temporada entre las tolderías indias cerca de Guamini, Carrera inició su primera invasión a Cuyo, derrotando a las fuerzas de Córdoba y San Luis que intentaron detenerlo y ocupando en marzo de 1821 la ciudad de San Luis.

Sin embargo, en vez de marchar hacia la Cordillera de los Andes, posiblemente por San Juan, por la noticia que los cuyanos con apoyo de Chile se preparaban para enfrentarlo, prefirió unir sus fuerzas con las del caudillo federal Francisco Ramírez para atacar Santa Fe. El gobierno chileno encabezado por O’Higgins quería evitar a toda costa que Carrera llegara a su territorio, pues sabía que poseía muchos partidarios. San Martín, desde Perú, también hizo llamamientos para eliminar esta amenaza que ponía en riesgo su Plan Continental.

 

La crucial decisión de postergar el paso a Chile les dio tiempo a los gobiernos de Cuyo para coordinar su defensa. En San Juan, que pocos meses antes había declarado su independencia, el gobernador José Antonio Sánchez había acordado enviar sus fuerzas militares a San Luis para detener a Carrera antes que se produjera su posible invasión. Los sanjuaninos eran dirigidos por el Coronel Ventura Quiroga, quien se puso bajo el mando del Coronel Bruno Morón que dirigía las tropas de Mendoza. Unidas, las fuerzas cuyanas eran superiores a las de Carrera, cuando este regresó desde Santa Fe para intentar un segundo avance hacia la cordillera. El enfrentamiento se produjo en la cercanía de la Villa de la Concepción de Río Cuarto, el 8 de julio de 1821. Pese a que era posible una derrota segura, la muerte en combate de Morón, trastocó la suerte en una sorprendente victoria carrerina. Tras la derrota cuyana, Carrera y Quiroga pactaron el paso del chileno con sus fuerzas por Zonda y la entrega de 2.000 caballos, a cambio que no atacase la ciudad y sus habitantes. Confiando en lo acordado, Carrera avanzó y ocupó nuevamente San Luis en agosto, para luego continuar hacia San Juan. Sin embargo, cuando regresaron los derrotados en Río Cuarto, el gobierno sanjuanino desconoció lo acordado y se preparó para la defensa, al igual que Mendoza.

Ante la falta de confianza en los comandantes propios, Sánchez tomó la iniciativa de convocar a oficiales profesionales del Ejército del Norte que se encontraban sin mando de tropas en Córdoba. Por medio de su enviado, Domingo de Oro, y actuando con la mayor rapidez posible, el gobierno de San Juan se hizo de los servicios del Coronel altoperuano José María Pérez de Urdininea y cinco oficiales más, quienes arribaron a San Juan a fines de agosto de 1821 cuando ya se tenían noticias que Carrera había abandonado San Luis.

En el caso de Mendoza, la reorganización de las tropas estuvo a cargo del comandante y hacendado José Albino Gutiérrez y del Capitán Manuel Olazábal. Las tropas mendocinas salieron al encuentro de Carrera en El Retamo, actual Santa Rosa, en donde esperaron para frenar a los invasores de un momento a otro, pero, tras un ataque menor en Las Catitas, las tropas carrerinas no aparecieron. Lo que sucedió dio cuenta de la estrategia de Carrera: amagó atacar Mendoza para marchar por el borde norte de las Lagunas de Guanacache y llegar a San Juan. En San Luis, había hecho nombrar a José Gregorio Giménez, un importante vecino, como gobernador y logró el apoyo de un pequeño contingente de puntanos que lo acompañaron en su marcha.

En San Juan, la población entró en pánico temerosa del ataque de las montoneras de Carrera, a quien le antecedía una terrible fama. Sin embargo, gracias a la inmediata y eficiente acción de Urdininea y sus oficiales, la confianza regresó rápidamente a las fuerzas sanjuaninas y en pocos días se dispuso un fuerte dispositivo de defensa. Como se sabía que Carrera venía bordeando las lagunas y el Río San Juan, Urdininea hizo salir sus tropas y esperaron al invasor en La Legua con su vanguardia en La Majadita, actual departamento 9 de julio. El 28 de agosto Carrera y sus montoneras alcanzaron el paso del Río San Juan, pero no atacaron pues fueron informadas por un delator que los esperaba una fuerza de más de 500 hombres que estaba descansada y eran superiores en número y armamento. Advertido de esta situación, Carrera prefirió cruzar el río y marchar hacia el sur pues le informaron que en cercanías del pueblo de Guanacache había una caballada fresca. Además, le llegaron noticias que las tropas de Mendoza venían a su encuentro e intentaría batir a sus dos enemigos por separado.

Pese a que sus fuerzas estaban exhaustas por varios días de marchas por terrenos áridos, medanosos y sin pastos, Carrera cruzó la zona de ciénagas y médanos que existía por entonces para llegar a la población de Guanacache. Tras ellos marchaban en persecución los sanjuaninos de Urdininea. El 30 de agosto las fuerzas carrerinas acamparon en la Punta del Médano, zona, ubicada actualmente al oeste del trazado de la Ruta Nacional 40, cercana posiblemente a Tres Esquinas.

Al día siguiente se produjo el encuentro con las fuerzas mendocinas de Gutiérrez. ¿Qué había pasado? Advertido del engaño de Carrera, Gutiérrez hizo marchar a sus tropas por el desierto de Lavalle, llegando a Jocolí para luego dirigirse al norte internándose en territorio de San Juan sin fatigar a sus caballos. Así, el 30 de agosto pudo divisar a los carrerinos en su campamento y planificó con cuidado el combate. Tenía una gran la ventaja: Olazabal le recomendó quedarse en terreno firme para aprovechar mejor sus caballos frescos y pudo desplegar un orden de batalla completo: una vanguardia de guerrilla, un centro con la infantería, dos alas de caballería, reserva y un piquete de tiradores. En cambio, Carrera, se vio sorprendido con sus tropas desanimadas y cansadas, pero, sobre todo, no contaba con caballos frescos, lo que le impidió usar su mejor estrategia: la carga de caballería con sables cuerpo a cuerpo. Además, parte de sus fuerzas estaban integradas por mujeres que formaron simulando la reserva, pero que en realidad carecían de valor militar.

Así dispuestos los contendientes, y ante la imposibilidad de evadir el enfrentamiento por parte de Carrera, la batalla comenzó en la mañana del 31 de agosto de 1821. Gutiérrez tomó una actitud defensiva pues el enemigo debía atravesar un campo arenoso para atacarlo y esperaba la llegada de Urdininea. Se veía que sería un combate decisivo. El gobernador Giménez y los pocos puntanos que lo siguieron simularon una carga de caballería, pero en realidad se pasaron de bando y se rindieron. Tras ellos el Mayor Benavente hizo dos cargas de caballería que pudieron ser rechazadas con dificultad por las tropas mendocinas. Una tercera carga, ya desesperada, dio inicio al desbande de las fuerzas carrerinas, que hacia las primeras horas de la tarde vieron llegar las fuerzas de San Juan al campo de batalla. Estas participaron en la persecución y captura de los dispersos.

El saldo de la Batalla de Punta del Médano fue de más de 190 muertos, 230 prisioneros, la captura de todo el parque, carros y armas de las fuerzas carrerinas, más de 400 animales entre caballos y mulas, y de 70 mujeres. Representó el fin de una amenaza que por casi un año asoló el territorio de varias provincias argentinas y que tuvo en San Juan su derrota total, cuya proyección llegaba hasta Chile y el Perú. Igual suerte corrió su jefe, pues José Miguel Carrera, quien pudo escapar del campo de batalla, huyó hacia el sur, pero fue traicionado por algunos de sus oficiales y entregado en Jocolí a Gutiérrez al día siguiente. Tras ser remitido a Mendoza, fue juzgado con rapidez y fusilado en la Plaza del Cabildo el 4 de septiembre de 1821.

> Cómo lo vivió Sarmiento de niño

Al cumplirse un nuevo aniversario de la Batalla de Punta del Monte, DIARIO DE CUYO rescata un extracto del extraordinario relato que dejó Domingo Faustino Sarmiento de sus recuerdos sobre este episodio poco conocido de la historia de San Juan. Este relato se lo envió desde Valparaíso por medio de una carta del 26 de diciembre de 1853 al historiador chileno Miguel Luis Amunátegui, basado en sus recuerdos infantiles, pues tenía 10 años en 1821. Y está publicado en el tomo 2 de las Obras Completas de Sarmiento (1885).

“San Juan tembló como un azogado cuando vio empezar a llegar los dispersos del Río lV. Toda esperanza de salvación estaba perdida. Aníbal estaba ya a las puertas de Roma con sus elefantes y sus hordas africanas. Yo soy un competente narrador de las tribulaciones de aquellos días. Era pequeñuelo y andaba al lado de mi madre, que abandonó su casa y fue con todos nosotros a refugiarse a la iglesia matriz, donde podía oír los gemidos de la desesperación de las familias, los cuchicheos del terror pánico exagerándose los peligros y los temores. La montonera venía precedida de una siniestra fama que amedrentaba sobre todo a las mujeres. Las poblaciones de campaña incendiadas, los ganados degollados, muertos los ancianos y las viejas, todo esto no era nada. Las niñas, las esposas eran violadas e incorporadas en seguida en la montonera, cuya suerte seguían, en cuyas fatigas participaban; y adiestradas en el combate más tarde, eran el terror de los soldados aquellas amazonas, más crueles y sanguinarias que los hombres mismos.

El terror había llegado a su colmo. Carrera estaba aún en San Luis, y en San Juan las casas estaban cerradas, las calles desiertas, y no se hablaba sino de emigración y de abandonarlo todo. Los niños nos asomábamos a las puertas de calle, y buscábamos si a lo lejos se divisaba la montonera, llevando desolados a nuestras madres, la noticia de haber divisado un hombre a caballo que venía galopando. Sobre las torres de las iglesias habíase apostado vigías ansiosos para descubrir los polvos lejanos y dar la señal de esconderse o huir.

No era coraje, ni armas ni soldados lo que faltaba; era un hombre, una cabeza, una espada. Se necesitaba tener a quien obedecer, pues que la fe, la desesperación y el valor sobraban. Los vecinos aparecieron en las calles. A pie, a caballo, todo el día se formaban grupos de gentes que iban y venían, remolineando de contento. No he vuelto a ver en mi vida, y he vivido en la revolución, en las asonadas, las derrotas, las acefalías, las vísperas de entradas de los enemigos, no he vuelto a ver, decía, en mi vida las caras que vi entonces. Ahora con el desencanto se ha perdido en aquellos pueblos la unidad de acción, la fe ciega, el entusiasmo, el valor, que veía yo en las caras de todos. Me acuerdo de un chino que me pidió un cordelito para atar su cuchillo en la punta de un hurgunero, y él grito de placer cuando montó a caballo, exclamando: ¡que vengan ahora los montoneros! partiendo a escape para incorporarse a un grupo armado.

Carrera llegó en efecto a la hacienda de la Majadita, donde acampó, para pasar el río al día siguiente, en busca del ejército animoso y fanatizado hasta el delirio que lo aguardaba. Allí, lejos de encontrar una traición, salvólo de una destrucción segura un compatriota suyo. De las filas sanjuaninas pasó en la noche a las suyas, un peoncito chileno que tenía por apellido Cruz. Estuve contemplándolo entre los prisioneros, (porque lo tomaron), con la curiosidad que inspira a los niños uno que saben está destinado a morir luego. Unos a otros nos llamábamos diciendo: vengan a ver al traidor. Era Cruz un hombre de veintiuno a veintidós años, flaco, moreno y de figura desmedrada. Llevaba manta negra chilena con listas de amarillo y colorado; estaba en mangas de camisa y tenía sombrero viejo de achupaya. Parecía indiferente a su suerte, y sonreía con tristeza y casi con satisfacción, cuando venían a contemplarlo entre los prisioneros. El chilenito Cruz, pues, pasó al campo de Carrera, y le instruyó de la llegada de Urdininea y de los otros jefes y oficiales, del número de las tropas y de las disposiciones morales en que se encontraban.

No abandonaré este asunto sin añadir una palabra sobre el desenlace del drama sanjuanino. Juzgue usted del delirio público al saberse su derrota, y la alegría de la entrada triunfal de nuestro valiente ejército de paisanos. Como una ostentación de la persistencia de mis reminiscencias, le diré que, si usted no recordara la época do la invasión de Carrera, yo la recordaría por la circunstancia de que el camino triunfal estaba cubierto de flores de coles, lo que haría suponer que tuvo lugar en el otoño”.

Por Guillermo Genini
Historiador e investigador
COLABORACIÓN