En el último cuarto del siglo pasado, su nombre estuvo relacionado con el deporte que amó y practicó desde su juventud. Se decía Antonio Diez, y hasta los que conocían poco del rugby sabían quién era. Su enorme y robusta figura resaltaba en la cancha con cualquier camiseta que le tocara defender, la de Amancay, la del San Juan Rugby (club del que fue socio fundador y presidente) o con la azul de la Selección Sanjuanina.

Formó parte de una columna de renovación en cuanto a lo que significó el rugby de San Juan después de una meseta, a fines de los años ’70, inicios de los ’80.

Al rugby, su pasión, la compartió en su juventud con la natación, cuyas habilidades transmitió a muchos socios de su club, por entonces Amancay.

Después, fue un visionario entrenador de categorías formativas, e incentivó la práctica del hockey sobre césped en el club santaluceño.

Su legado es tan “grandote” como su físico y su pasión por el rugby, que lo extrañará.