Catorce años atrás, cuando lo echaron de la fábrica de motos y todo pareció venirse abajo, había decidido con su esposa usar la plata de la indemnización en la vivienda propia, una prefabricada de madera con techo de chapas, que ocupó unos 36 metros cuadrados en el fondo de la casa de su madre en el barrio Don José, en La Rinconada, Pocito. Y empezar de nuevo, como remisero en su propio auto, trabajo que lo ayudó a mantener a los suyos (su pareja y su hijo de 12 años), pero viviendo a raya, el día a día, comprando cosas en cuotas, como el sommier o el equipo de aire acondicionado que le ayudó a mitigar el último verano y aún no cancela. Todo parecía marchar en un relativo equilibrio en las vidas de Kevin Southwell (35), Bárbara González (33) y su hijo de 12 años. Hasta el lunes por la tarde, a eso de las 19. El joven recordó ayer que a esa hora dejaron todo cerrado y partió con su esposa hacia la Villa Aberastain, a buscar a su hijo que había salido a realizar un trabajo con un compañero de escuela. Al volver, un vecino le llamó para avisarle que su casa se quemaba. Y a pesar de que aceleró, pronto intuyó que poco se podría hacer: el rojo de las llamaradas podían verse como a un kilómetro.
Y fue así, nadie pudo hacer nada. Y las llamas consumieron la casa, una moto Zanella 110 cc, la heladera, la cocina, el lavarropas, el acondicionador de aire, las camas, mesas, sillas y otros muebles. Toda la ropa y el calzado de la familia. “No sabemos si el fuego lo inició una estufa que dejamos prendida o qué. La verdad es que no tenemos más que lo puesto y esto es desesperante. Anoche (por el lunes) tuve que tirar un colchón al lado de la cama de mi mamá, que no tiene más espacio porque con ella vive mi hermano y su familia. Mi señora y mi hijo fueron a parar a la casa de mi suegro, que tampoco tiene lugar. No vamos a bajar los brazos, pero va a ser muy difícil salir de esta”, dijo el joven.