Cuando los policías y los funcionarios judiciales dieron con la casa donde posiblemente se alojaba el principal sospechoso de matar a traición de 4 mazazos a la jubilada de la Policía Federal, Hebe Yolanda Leguiza (71), muchos no pudieron ocultar su asombro y una amarga sensación, cerca de las 12 de ayer. Porque el sospechoso, de apenas 15 años, es hijo de un empleado judicial que conocen y, literalmente, les costaba creer que tuviera vinculación con semejante homicidio. La conmoción había comenzado exactamente a las 19,36 del martes en la vereda Norte de la calle 25 de Mayo, metros al Este del cruce con Aberastain, Capital. Allí, al menos una cámara captó cuando la mujer caminaba despreocupada (tenía cita con un nutricionista, dijeron), cuando un sujeto se le acercó desde atrás, la derribó de un mazazo en la cabeza y, ya en el piso, le descargó otros tres golpes, para luego arrojar el arma homicida en la vereda y huir. Enseguida, policías de Homicidios y otras áreas de la fuerza, bajo instrucciones del fiscal coordinador, Iván Grassi, y el fiscal Nicolás Schiattino (UFI de Delitos Especiales), encararon una exhaustiva investigación. Así, recolectaron testimonios, analizaron decenas de cámaras de seguridad (públicas y particulares), buscaron posibles llamados a remiseras y solicitaron la geolocalización de los teléfonos desde los cuales partieron llamadas a esas empresas en horas previas y posteriores al ataque.

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Letal fue el ataque contra la jubilada, que murió a causa de los cuatro mazazos que recibió en su cabeza.

Y aunque no habría llegado a utilizar ningún taxi para viajar de su casa en Santa Lucía hasta Capital, y viceversa, el análisis de posicionamiento satelital de los teléfonos y otros datos, arrojó que el homicida podía vivir en una vivienda de la calle Gorritti, como un kilómetro al Sur de la plaza de Santa Lucía. Y así fue.

Ya de los primeros chequeos de los videos de seguridad, surgió la sospecha de que, quizá, el homicida no estaba del todo en sus cabales, a pesar de que usó guantes, un barbijo, anteojos y una capucha. La suposición se instaló cuando, en algunos tramos, vieron a ese sujeto ‘saltando como un niño’, como si no hubiera pasado nada y estuviera ‘en otro mundo’. Esa misma imagen del chico ‘ensimismado y hablando solo’, vino a la memoria de otros que lo habían visto en Tribunales.

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Hebe Leguiza tenía 71 años.

Hebe Leguiza era viuda, tenía dos hijas y nietos, indicaron. Y no sobrevivió al brutal ataque: murió ayer, alrededor de las 8,30.

La entrevista a sus familiares no arrojó que tuviera problemas con otros o grandes enemistades, que pudieran derivar en ese ataque a traición. Pero ese dato desconcertaba, porque desde el inicio de la investigación, el robo como móvil también parecía descartado. Por eso no descartaban que alguien con problemas mentales hubiera sido el atacante.

‘Los padres aportaron alguna documentación sobre el tratamiento psicológico y psiquiátrico del menor. Por ahora no se tiene constancia de que hubiera sufrido alguna crisis con estallidos violentos. Se supone que sufre un cuadro de esquizofrenia, pero eso lo determinarán las pericias’, reveló una fuente judicial.

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El fiscal Iván Grassi en la casa donde apresaron al menor.

Los pesquisas pudieron constatar con el secuestro de las prendas de vestir y otros elementos, que fue él y no otro el posible homicida de la jubilada. Y por esa razón, sobre el mediodía de ayer se comunicaron con un asesor de menores y el juez de la Niñez, Jorge Toro, para pasarle la causa con toda la investigación realizada.

Por ahora, el resultado de esa pesquisa parece claro: el caso quedará impune, por dos motivos: en Argentina, ningún menor de 16 años puede ser declarado culpable ni sufrir ningún castigo, por más grave que sea el delito cometido. Esa inimputabilidad, en este caso, se daría también por el supuesto cuadro de esquizofrenia del menor. De confirmarse ese cuadro, psicólogos y psiquiatras aconsejarían la internación del menor, como medida de seguridad por su peligrosidad.