Don Kelo, bostero del alma, ya soltó todas las chicanas que guardaba para el canillita y ya recibió el contrataque del repartidor, gallina hasta la muerte. Ahora deja caer el cuerpo en ese rígido banco de hierro que decora el frente de su modesta casa, inclina los papeles de modo que el sol ilumine las palabras, agudiza la vista y da comienzo al ritual. Puede ser lunes, miércoles, domingo o cualquier otro día, no importa, todas las mañanas son así. Empieza por la tapa y sigue hoja por hoja, de punta a punta, sin dejar nada virgen. Ni los edictos se salvan de los ojos marrones del anciano, que no necesitan ayuda ni para distinguir las letras más chiquitas. La ceremonia termina en la contratapa, pero empieza otra, la de comentar los temas a la familia, a los vecinos, en la quiniela o en cualquier esquina donde detenga la bici. Es el lector del pueblo.


Don Kelo es Omar Tránsito Ontiveros Varón. No los aparenta pero tiene 92 años, vive en Caucete y es un todoterreno: se hace de goma la bicicleta, maneja su auto -cuando sus hijos lo dejan-, va solo a la quiniela, toma vino tinto, come asado, es una luz con los números, recuerda a la perfección sus anécdotas como futbolista amateur, juega al truco, se divierte con sus nietos y bisnietos, mira tele, rabea o se alegra con Boca, barre, tiene novia y, como si fuese poco, es quien mantiene a todos informados gracias a que no hay un solo día en el que no lea la edición impresa de DIARIO DE CUYO, sin necesidad de lentes porque tiene una vista envidiable.
“Acá vienen los que me van a hacer famoso”, bromea el protagonista, de jogging, camisa a rayas y pañuelo al cuello, al ver llegar el móvil del diario a su casa, ubicada en calle Aberastain, más o menos un kilómetro al Sur de Diagonal Sarmiento. Debe ser uno de los días más felices de su vida, o al menos eso refleja su rostro arrugado. Sus hijos confirman la teoría, aunque aclaran que todo el tiempo lleva esa sonrisa de oreja a oreja, esa aura llena de vida y ese gran sentido del humor. Don Kelo procede, desde ese trono acerado, a leer en voz alta el diario del día. Lo hace de corrido, sin trabarse ni equivocar palabras. Elige una nota relacionada a San Martín, su otro equipo aparte de Boca. Y de inmediato pega un salto y, con una agilidad notable, sin evidenciar piernas nonagenarias, casi que corre hasta su habitación, donde desempolva el póster con la foto del plantel verdinegro que ascendió a Primera el año pasado. Es uno de los tantos tesoros que guarda, páginas que se salvaron de las “pirañeadas” de casi todos los que conocen su apego al periódico. “Todos me vienen a pedir diarios… para los cucuruchos, para la escuela, para el asado”, se queja, ahora serio, haciendo parecer que es un reclamo verdadero. Pero de inmediato larga la carcajada ante la interrupción de su hijo Rony: “Te hacés el que los mezquinás, viejo, pero siempre los terminás dando”.
Rony, electricista automotor, es uno de los cinco hijos que Don Kelo tuvo con Doña Tota, su esposa de toda la vida. Los tres hombres y las dos mujeres están presentes en la entrevista. También varios de los 22 nietos y 19 bisnietos que acumuló el Ontiveros mayor. Están todos muy emocionados, pero María Elina, la cuarta hija, directamente está al borde de las lágrimas: “Mi abuelo era de leer y mi papá heredó eso, de chiquito. Los dos compartían el diario. Nosotros estamos muy orgullosos. Le damos gracias a Dios por el padre que tenemos, un padre lleno de vida y alegría”. Omar, que heredó el nombre, agrega datos interesantes de la rutina de lectura: “Si está leyendo el diario olvidate que te va a hablar. Puede pasar el tren por al lado pero no le va a dar pelota porque está súper concentrado. Cuando termina, ahí ya se le puede hablar”, comenta entre risas. “Yo siempre llego al mediodía y me dice las noticias del día. Y cuando pasa algo importante los vecinos le vienen a preguntar porque saben que siempre está informado. ¿Sabés la cantidad de gente que ha salvado por leer los edictos?”, añade. “Nosotros lo jodemos con que es la vieja chusma del barrio”, rechifla Rony, despertando la risotada de todos, incluso del propio Kelo, que los corta en seco: “Me gusta informarme. Leo todas las noticias, de punta a punta”. El jubilado, que no tiene una sección favorita pero se inclina por Pasión Deportiva, cuenta que se levanta a eso de las ocho, toma mates o café, y que media hora después, o a veces más cerca de las nueve, “aparece el Maradona”. Es el canillita que en bici o en moto le lleva la edición de DIARIO DE CUYO todos los días. “A veces pasa antes y me lo deja tirado. Yo lo reto, le digo ‘che, vos hablame que quiero que me lo des a mí’. Por eso lo espero atrás de la puerta y salgo a macanearlo porque es de River”, dice con voz picarona.
El anciano goza de muy buena salud. “Toma unas pastillas para controlar la próstata, nada más. Nunca usó lentes. Hace cinco años le quiso salir una mini catarata pero se la operaron y quedó excelente”, recuerda María Elina. Rony bromea con que sigue activo en la intimidad. Su novia es Doña Carmen, como le dice toda la familia. Con ella formó pareja en 2014, ya con más de 80, luego de tres años en soledad tras la muerte de Tota. “Estaba barriendo cuando pasó esta vieja. Le digo: ‘Me hace falta una barredora’. Nos pusimos a conversar y mire, acá está “, cancherea Don Kelo. Su pareja se ríe y después retoma el tema de su amor por este diario. “Desde que llega el canillita a mí ya no me da bolilla, hasta el mediodía más o menos”, lo carga Doña Carmen desde el comedor, donde tienen dos televisores, uno al lado del otro, para no pelearse por el control. En uno está puesto un noticiero y pasan una entrevista al presidente. Los hijos insisten a Kelo para que diga algo que al parecer había comentado antes: “Dígale a Milei que se deje de macanear con los combustibles”. El jubilado grita y todos ríen, luego, con mayor seriedad, dice que lamenta que haya muchos accidentes viales y, pasando a otro tema, aprovecha para dejar un consejo para padres y niños: “Que dejen un poco el aparatito”, refiriéndose a los celulares, “porque hay que mirarse más a los ojos”.
Nacido y criado en la zona de La Puntilla, durante 35 años trabajó en la destilería Orandi y Massera, que en ese tiempo funcionaba en Santa Lucía. Se jubiló con 60 pero siguió cinco años más como sereno. En el 71′ se fue con su familia a esa casa donde ahora disfruta su vejez y de las cosas sencillas, como leer el diario, como mirar en la tele los partidos de San Martín y Boca, o como ver crecer ese frondoso árbol de pomelos que tiene en el fondo, testigo de los asadazos familiares donde nunca faltan sus pasos al ritmo de algún folclore.
La hoja número 3 de la edición de este 31 de marzo de 2025, como prometió el viejito, colgará enmarcada en la pared de su comedor, al lado del cuadro de su difunta madre. Y una o más palabras quedarán decoloradas. Pues ahora, sentado en los hierros de siempre, varias gotas atraviesan los pliegues de su rostro para empaparse en el papel: “No lo puedo creer… ¿yo voy a salir ahí? ¿Cómo hago para no llorar?”.