Decidió seguir los pasos de su papá, y no por mandato, sino por una vocación que lo llevó a hacer el magisterio y luego, por esas cosas de la vida, a compartir caminos que trascendían los lazos familiares. Padre e hijo portan el mismo nombre: Miguel González, ambos fueron directores de la escuela Benito Juárez de Puchuzún (antes Nacional 143), distrito ubicado a unos 25 km al norte de Calingasta, ambos eligieron ese paraje como su lugar en el mundo y ambos se jubilaron como directores de ese establecimiento educativo (Miguel -hijo- hace apenas unos meses). Se podrían seguir sumando decisiones a las ya enumeradas, pero seguramente ninguna sería tan precisa como decir que ambos compartían (y lo siguen haciendo), el amor y la pasión por educar.
Miguel (padre), iglesiano nacido en Colola, a punto de cumplir 84 años y recién de alta tras haber estado internado por varios días abre las puertas de su vida para contar como llegó a Puchuzún. “Vine a hacer una suplencia hace 60 y pico de años y me quedé por distintas cosas del destino. Conocí a mi mujer -Elda Gladys Espin- con quien seguimos en carrera y aquí estoy”, dice desde su hermosa casa equipada con una moledora y otros elementos que le permiten hacer vino casero (en otra época fue patero, pero ahora se modernizó). Esto sin contar los frutales, los parrales de donde también destina una parte de las uvas para pasas y todo lo que lo rodea que le da vida activa permanente.
Su tarea docente no comenzó como una novela rosa porque con 20 años ya daba clases a adultos en La Rioja (Escuela N¦16), luego llegó a Calingasta donde por ser zona de frontera tenía a su cargo cuarto, quinto y sexto grado. Así pasó el tiempo cumpliendo roles que se le asignan a un docente en sitios alejados que van desde prestar el oído para escuchar los problemas de cada alumno, de su familia, hasta ayudar a trasladar personas en su movilidad en tiempos donde la huella era de tierra y piedras. Tareas que van más allá de su cargo y que él asumió con total naturalidad.
Posteriormente surgió la posibilidad de concursar para cubrir un cargo en la escuela de Angualasto (Agua del Alto), donde estuvo 6 años. “Trabajamos mucho con Faustino Sarracina por el monumento al indio en ese lugar pero luego pedí el traslado para volver a Puchuzún. Así me hice cargo de la Dirección al año siguiente y estuve como director durante 25 años. Claro que trabajé en simultáneo por 13 años -maestro por la mañana y director por la tarde-, y un año como directivo de Villa Corral. Era una época de locos, de mucho trabajo porque había que manejar el comedor escolar y todo lo que uno se imagine. No había ni portero, sólo una casa que se estaba por caer, hasta que el Centro de ex alumnos y la Unión Vecinal de Puchuzún compraron un terreno donde ahora está la escuela”, relata González.
Por supuesto que tras la compra de ese lote era necesario construir el establecimiento, y la opción era hacer un edificio de emergencia (de chapas), algo que no los dejaba conforme. Mantuvieron reuniones con las autoridades provinciales hasta que salió la posibilidad de que la Fundación Cinzano (que ya no existe), donara el dinero para hacerlo. “Si mal no recuerdo entregaron 225 mil pesos Ley 18.888, y cada vez que había que sacar dinero para comprar material yo iba hasta la ciudad para firmar junto con otras personas lo correspondiente por ese monto ya que era sólo para materiales porque la construcción estuvo a cargo de Obras Públicas en ese momento. En aquel entonces habían entre 90 y 120 alumnos, nunca menos, éramos 400 habitantes pero después la gente empezó a irse porque les entregaban casas cerca de la Villa de Calingasta, y ahora no se si llegamos a 90. Es lógico que la gente se vaya detrás de la casa pero en eso los intendentes no han sabido hacer las cosas porque deberían haberles construido en los terrenos que tenían acá. Eso fue un daño para el pueblo porque tengo la sensación que está por desaparecer”, indica Miguel, mientras su hijo acota que ahora la escuela no tiene más de 10 alumnos, de los cuales tres son de la localidad de Villa Nueva.
En el nombre del padre
Miguel (hijo), con 60 años recién cumplidos, se crío en el pueblo hasta los 11 años, tiempo en el que también fue alumno de su padre en tercero y cuarto grado, para luego estudiar en el Instituto Secundario Barreal, actual Colegio San Buenaventura, donde se recibió de Bachiller. Recién entonces se trasladó para continuar en el Colegio Nacional Superior N¦ 1 de Rawson donde se recibió de maestro en 1989 y luego hizo sus primeros pasos en la escuela Timoteo Maradona de Chimbas. Quizá para desafiar al destino también se fue a vivir y estudiar abogacía en Córdoba donde formó familia y tuvo dos hijos (actualmente recibidos de ingenieros Civil y Químico respectivamente). De regresó a San Juan trabajó en la escuela José María Torres en Segundo Cuartel, Pocito hasta el año 2007. También participó en UDA de actividades gremiales, incluso estudió y obtuvo el título de profesor en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de San Luis.
Recién en el año 2017 realizó el concurso de ascenso que lo llevó a trasladarse a Puchuzún como director, tarea que cumplió hasta el primero de mayo de este año.
Así fue que ambos se jubilaron en el mismo lugar. La labor de Miguel en la escuela de esa zona no pasó desapercibida ya que llegó, entre otras cosas, a escribir un libro con la historia de ese establecimiento inaugurado en 1927.
“La verdad que no es común que padre e hijo hayan sido directores de la misma escuela y se jubilen en el mismo lugar. El se jubiló en 1994 y yo este año. Para mi es un orgullo”, acota González (hijo) quien, como su papá, debió lidiar con la escasez de recursos, la falta de agua potable, la calefacción a leña, entre otros servicios de primera necesidad como el comedor escolar que no siempre estuvo vigente.
“Tomé la decisión de vivir acá porque me gusta, además ayudo a mis padres en todas las tareas que llevan adelante, los acompaño y sigo ligado a la escuela porque salgo a la galería de mi casa y la veo. Los chicos me gritan cuando me ven y muchas veces voy a acompañarlos a tomar su merienda y a ellos les encanta conversar conmigo. Es algo que me tira, es muy difícil no arraigarse para un docente que siente la profesión. Es lo que elegí”, cuenta mientras reconoce la admiración por su padre quien dedicó la vida a la docencia.
Puchuzún de otros tiempos
Si bien para llegar a este paraje había que recorrer más de 30 km de camino sinuoso sin pavimentar, ahora el recorrido se hace cómodo con la nueva ruta que acortó el tramo a 25 kilómetros. Contradictoriamente éste y otros avances vieron desvanecer al pueblo. Antes había correo postal, un puesto sanitario que si bien sigue existiendo sólo es atendido una vez por semana (con suerte), entre otras cosas básicas para cubrir las necesidades de aquellos 400 calingastinos, de los que ahora sólo quedan unos 70 aproximadamente.
Tradicionalmente éste fue un pueblo minero y agrícola, sus habitantes trabajaban en las antiguas minas de Castaño Nuevo y Castaño viejo, entre otras.
Tanto Puchuzún, como los distritos vecinos sufrieron el olvido, una de las razones por las que seguramente los habitantes decidieron emigrar a lugares donde habían más posibilidades de progreso.
Eso se nota, sin ir más lejos, en que sólo un verdulero los visita los días viernes y si necesitan comprar medicamentos deben trasladarse a la Villa. Esto sin contar que tienen un servicio de colectivos los días lunes, miércoles y viernes una vez a la mañana y otra a la tarde para permitir el regreso de los habitantes que salieron por alguna diligencia.
Sin embargo la escuela sigue en pie ofreciendo nivel inicial, primario, secundario y ciclo básico para los pocos alumnos que quedan.
En Puchuzún rena la calma. Tanto que “el silencio se escucha”, igual que el ruido del agua de la acequia, con un entorno natural maravilloso.
Pese a todo y gracias a sus habitantes, como la familia González que sigue apostando al lugar, Puchuzún sigue siendo un paraíso.
Maestro de maestros
Entre tantas historias que los González – padre e hijo-, tienen para contar, figura la que vivieron cuando pasaron a ocupar el rol de maestro y alumno en tercero y cuarto grado.
“Tenerlo a Miguel de alumno fue muy fácil porque no se podía escapar de hacer los deberes en la casa. Además no es porque sea mi hijo pero era y es muy inteligente”, dice con una sonrisa contagiosa.
Las cosas marcharon siempre bien en este sentido aunque Miguel (hijo), tiene otros recuerdos. “En la casa era mi papá y en la escuela era el maestro, una gran diferencia. El tema era que las pruebas me las tomaba otro docente, rendía con otra maestra o con el director de turno, entonces debía hacerlo solito sentado en un banquito de madera y eso no me gustaba aunque tuve que acostumbrarme”, cuenta.
La admiración hacia su padre lo marcó tanto que reconoce que dejó abogacía porque sentía que su vocación era la docencia. “Siempre sentí mucho orgullo por él porque además fue el ejecutor de esta escuela, algo maravilloso ya que funcionaba en una casa muy vieja. Además volver a la escuela donde terminé mi primaria es lo máximo. Empecé como alumno y sin querer terminé como director”.