Entre los 3.500 y 5.000 msnm de Los Andes Centrales, la porción más alta de la cordillera, la flora es pequeña y dispersa, surge con dificultad de entre las rocas, peleando contra el frío, el viento, aguas salinas y la radiación solar. Todas estas condiciones implican un proceso de adaptación único, que les permite sobrevivir en una de las regiones más difíciles del mundo. A su vez, hay poco estudio sobre las variedades, de las que ya han encontrado más de 200, sobre cómo se reproducen, qué condiciones necesitan o hasta en qué se puede usar sus características. Eso es lo que hoy 11 científicos sanjuaninos están estudiando: aprovechan campamentos mineros y a mano recuperan las semillas de cada especie, para conocer toda la información que almacenan.
Los encargados de hacer esta tarea son los integrantes del Gabinete de Recursos Vegetales de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNSJ. En total hay cuatro docentes, entre ellos la responsable Carola Meglioli, una egresada y becaria del Conicet y seis estudiantes entre los también hay otro becario. A su vez tienen colaboración del Instituto de Biotecnología de la Facultad de Ingeniería. Los investigadores viajan durante los meses de primavera y verano y recorren los cientos de hectáreas recolectando a mano el material genético. Viajan de vuelta con pequeñas partes de plantas y sobre todo semillas.
Es justamente en las semillas donde tienen la mayor riqueza. Ahí pueden encontrar la genética de las especies de plantas, que crecen en zonas apenas más amables, en general en vegas, que cuentan con una fuente de agua cercana. Una característica que tiene la flora cordillerana, explicó Carola Meglioli, es que hay mucha variación en los genes de una planta con otra de su misma especie que se encuentra a algunos kilómetros. Por eso la tarea manual y detallada que están haciendo es clave, ya que necesitan dar con muchas muestras para entender mejor la naturaleza de esas plantas.
Las campañas que están haciendo son posibles por dos convenios que firmó la UNSJ con las mineras a cargo de Los Azules y Josemaría. Es el segundo año que trabajan en la zona donde está el ahora proyecto Vicuña y el primero en el de McEwen. Esto soluciona uno de los grandes problemas que tienen en el sector científico a la hora de estudiar zonas como la Cordillera: obtener los fondos para hacer estas campañas. Las mineras trasladan a los investigadores a sus campamentos, donde pueden alojarse y a partir de ahí los estudiantes y docentes salen a hacer los recorridos.
El trabajo es muy artesanal. Salen a campo, buscan variedades distintas y recolectan partes de la planta, en especial la mayor cantidad de semillas que puedan llevarse, que muchas veces sacan de los frutos, otra directamente del suelo. Las partes verdes se estudian, catalogan y luego son donadas al Herbario provincial Saile Echegaray, que está en el Museo de Ciencias Naturales. Esto permite también que más personas, investigadores y público, puedan acceder a las muestras, que en general están a más de 250 km, a miles de metros de altura.
Una vez que llegan al laboratorio las semillas, dividen en dos las muestras, explicó Meglioli. Una parte se conserva con extremo cuidado, ya que uno de los objetivos que tiene la investigación es que una vez que termine la explotación minera en esas zonas se usen para hacer restauraciones ecológicas. Además, están haciendo el primer banco de germoplasma de las especies cordilleranas.
Dependiendo de la cantidad que obtuvieron, los especialistas pueden hacer mayor cantidad de ensayos, para entender mejor cómo se adaptaron las variedades. Otra de las características que tienen las especies cordilleranas es que sus semillas presentan dormancia, esto quiere decir que no germinan tal como salen de las plantas. Para que puedan crecer, pasan por distintos procesos naturales, que las “despiertan”. Esto es lo que quieren replicar los investigadores, por lo que las exponen a frío, a raspado, punciones de sus cáscaras o hasta agua que son ácidas, como las que se dan naturalmente en la cordillera.
Con todas estas pruebas, pueden entender cuáles son las mejores condiciones para reproducir estas especies vegetales. Así, por ejemplo, una de las líneas de investigación busca formas de peletizar las semillas, en condiciones de germinar, para que sea más fácil reproducirlas. Analizan hacer invernaderos para que crezcan y poder analizar la capacidad que tienen para tomar metales pesados del ambiente, algo que ya han descubierto que pueden hacer, o incluso aprovecharlas para forraje, ya que tienen un alto valor nutricional para las aves y otros animales.
Todas estas investigaciones, que tienen dos años, serán las primeras de su tipo y ya tuvieron un reconocimiento en la comunidad científica. Los dos becarios del Conicet dentro del grupo ingresaron con este proyecto. En solo una visita han recolectado muestras de 130 especies que estaban cerca de Los Azules y en dos temporadas otras 75 que crecían cerca Josemaría. Gracias al convenio, seguirán viajando y no descartan que, si se suman más empresas, puedan ampliar a más zonas de la cordillera sus trabajos. Con todo esto, los investigadores lograrán echar luz sobre esas pequeñas plantas, que permiten la vida de toda la cadena biológica de la Cordillera de Los Andes.
Quiénes son los investigadores
Gabinete de Recursos Vegetales
Docentes/investigadores: Carola Meglioli, Cecilia Montani, Juan Scaglia y Carlos Parera
Egresada Actual becaria de Conicet: María Elisa Bressan
Alumnos: Leandro Ormeño (becario Conicet), Celia Olivera, Franco Bressan, Guadalupe Paredes, Agustina Belascoain, Enzo Rosales y Francisco Sánchez.
Colaboran con las investigaciones desde el Instituto de Biotecnología (IBT) de la Facultad de Ingeniería: Victoria Parera, Benjamín Kuchen y Fabio Vázquez