De la mano de Macri parece aprestarse a los años posteriores a Urquiza en que afilaba la pluma y agitaba la acción para intentar moldear el país a la medida de sus ideas. Cosa que logró durante un tiempo, por influencia primero y por ejecución después desde la presidencia de la nación. Muchos intelectuales han reflexionado en distintas etapas de nuestra historia sobre aquella dualidad planteada entre civilización o barbarie pero pocos con la profundidad del reciente libro del erudito Carlos Gamerro ‘Facundo o Martín Fierro, los libros que inventaron la Argentina‘.

El ensayo parte de la inigualable observación hecha varias veces por Borges en diferentes prólogos suponiendo que cada país se representa en un autor, Shakespeare en Inglaterra, Goethe en Alemania, Cervantes en España para rematar ‘nuestra historia sería otra y sería mejor si hubiéramos elegido al Facundo y no al Martín Fierro‘.

Borges escribió esa sentencia tres veces entre 1970 y 1974. Gamerro intuye que la insistencia se debió a que por aquellos años ya se avizoraban los hechos que habrían de ocurrir en aquél tiempo, con un grupo de jóvenes identificándose con el nombre de ‘Montoneros‘ empuñando las armas como los antiguos ‘gauchos alzados‘ y manejando palabras como ‘anarquía‘ o ‘guerra civil‘, conceptos deplorados por Borges como la vuelta a la barbarie. Él mismo siente que erró al elevar el culto del coraje en algunas de sus milongas e historias de cuchilleros diciendo ‘Pensaba que el valor es una de las pocas virtudes de las que son capaces los hombres, pero su culto lo llevó, como a tantos otros, a la veneración atolondrada de los hombres del hampa‘. La preferencia de Borges por Facundo en esa dualidad con el Martín Fierro, dice Gamerro con lucidez, ha sufrido más insultos que refutaciones por quienes se ubicaban en la vereda de las corrientes llamadas ‘nacionales y populares‘ revisionistas o antiimperialistas de derecha o de izquierda advirtiendo que, de una manera u otra, admiten que el país se puede representar en un libro y que uno de ellos es necesariamente Facundo.

Este escrito abrió al prócer las puertas de Europa, labró su carrera política y provocó la caída de Rosas, nada menos. Por si fuera poco, inició todo el género de la literatura americana con lenguaje propio sin los latinismos ni la evidente influencia española de otros autores de su época. Aún hoy, su introducción nos estremece: ‘Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto, revélanoslo!‘.

Una genialidad de Carlos Gamerro es la de hacer notar cómo esa dualidad ha tenido, con menos vuelo, sus réplicas en tiempos modernos: el Borges de ‘El Aleph‘ y el Leopoldo Marechal de ‘Adan Buenosayres‘, el Rodolfo Walsh de ‘Operación Masacre‘ o el Manuel Puig de ‘Boquitas pintadas‘. En cada caso, esos libros representaron también dos faces de una misma época, Evita y Victoria Ocampo, lo universal y la mirada a las civilizaciones avanzadas contra el desorden interno y la solución no institucional de los conflictos.

En otra parte no menos brillante, saca de vuelta a la cancha al sanjuanino para admirar la perfecta asociación que hizo en Facundo del modo en que Rosas organizó su gobierno al igual que su estancia y de la manera engañosa que se comportó en su vida personal y en su gobierno. Representó a los gauchos sin vestir como ellos, era rubio y lampiño antes que morocho y barbudo, en nombre del federalismo hizo un gobierno unitario y en nombre del americanismo intentó ahogar a otros pueblos americanos. Sarmiento era muy duro de boca, describió al personaje como una Esfinge, mitad mujer por lo cobarde y mitad tigre por lo sanguinario, un nudo raro difícil de cortar por la espada pero blando a la pluma.

Nos da vuelta la cabeza pensar lo fácil que resulta asimilar ese carácter engañoso con la forma de comportarse de algunos protagonistas de nuestra política actual. Estremece releer los párrafos de Sarmiento cuando recuerda que Rosas, verdadero destinatario del Facundo, ha organizado aquella Buenos Aires cosmopolita como imitación de su estancia, la hierra del ganado equivale a la cinta colorada que clava a hombres, mujeres y niños para que se conozca que forman parte de su propiedad, el degüello a cuchillo, modo de ejecución pública como réplica de los carneos de las reses, la prisión de opositores como el encierro de las vacas en el corral, como el rodeo en que se dociliza al ganado, las prolijas matanzas ordenadas como modo de domar y amansar la ciudad. La memoria reciente de jóvenes ejerciendo el poder y cubiertos de chalecos con marca nos da frío por la espalda.

A media escritura de su obra, el fantasma de Facundo le hizo temer a Sarmiento que Rosas no fuera una figura solo ‘por ahora‘ sino que tal vez, como lo corroboró la historia en varios casos como los de la ESMA y Campo de Mayo, todo un tipo que podría irse repitiendo. Todo un mensaje del pasado para nuestro presente y futuro.