No es un mero dato folclórico. El anuncio de la presidenta Cristina Fernández declarando al vino "Bebida Nacional", marcó un hecho histórico para la industria vitivinícola del país y rescató conceptos muy arraigados en el Oeste productivo. Porque ese reconocimiento oficializó el protagonismo que el vino tiene en la cultura, en lo cotidiano, en el cultivo de los afectos. Es además el reconocimiento a una industria protagonista de su propia institucionalidad, de su organización como sector productivo y de haber armado un modelo de integración entre lo público y lo privado.
El vino no sólo tiene trascendencia como producto -cerca de 5.000 millones de facturación anual-, sino también como organización sectorial, en tanto ha sido capaz de construir por consenso su propia estrategia, su propia línea de superación enológica y tecnológica -el Plan Estratégico y la Corporación Vitivinícola Argentina- como para acceder a las instancias comerciales que sustenten su vida productiva y comercial, tanto interna como externa.

