En algunos países vitícolas, las bodegas están saliendo de la moda imperante del Cabernet Sauvignon, Merlot y Chardonnay entre otras, para ofrecer nuevos vinos a partir de viejas variedades, hasta ahora ocultas en viejas parcelas de alguna comarca o dormidas bajo un anonimato sepulcral porque “el que sabia” qué uva era hoy ya no está, ni tampoco existen registros disponibles.
La Freisa, la vieja Palomino, la Fer, la Valency, la Refosco, Raboso Del Piave, Balsemina, Grignolino, Saint Jeanett, las Criollas, en especial la Chica, incluso la vieja y prestigiosa Barbera Dasti, ya ni se nombran. Sólo hemos rescatado a la Greconero o Greco Nero y la Bonarda, de tanto insistir en que son distintas y que estaban mezcladas. Muchas de esas cepas fueron traídas a Cuyo hace más de 120 años.
Quiero resaltar que he visto un potencial enorme en una variedad mal llamada “Pinot Gris” y que no sabemos qué es. No es tampoco Canarí, otro cepaje viejo de bayas color rosado. Estas dos variedades son distintas al verdadero Pinot Gris. Considero importante encontrar el nombre u origen de la mal llamada Pinot Gris porque podríamos darle un marketing distinto y una diferenciación para nuestra región.
En el caso de España, se impone una reflexión en relación con la evolución del viñedo en los últimos años con el paso de variedades autóctonas a internacionales, su consolidación como potencial vitícola y la búsqueda del material vegetal perdido y autóctono como respuesta a un mundo uniforme.
Con la experiencia asimilada y material vegetal testado con técnicas de mejora genética y sanitaria del Siglo XXI e identificación varietal, constituyen una garantía para poder conocer el genoma de una variedad con métodos analíticos que complementan las observaciones, aportando un valor creíble para la zona y garantías ante grupos de consumidores
Repasando archivos y notas en relación a variedades que existían hace tiempo y aquellas que, habiendo sido utilizadas, no se tienen noticias, permanecen en el anonimato o duermen en el seno de los justos por falta de actualización, se encuentran auténticas joyas que hablan del potencial vitícola autóctono.
Estamos ante un movimiento que puede reencontrar y actualizar un pasado, demostrar la riqueza varietal en las DOP de vinos (en proceso de zonificación), confirmando su diversidad y selectividad, en el caso concreto de Alicante.
Diversidad desde el punto de vista que el suelo y clima han permitido buena adaptación de variedades y la posibilidad de comprobar adaptaciones, con la ayuda de personal experto en tareas vitícolas y preservación de lo bueno ante los probable.
Selectividad, por la exigencia de su comercio internacional, la tipicidad de sus vinos (Fondillón, Aloque, Arropes, Doble Pasta, Rosados o Moscateles) que han condicionado variedades, ejemplo de ello los primeros reglamentos de la DO Alicante (1957/1979), con la presencia de Monastrell, Bobal y Garnacha como trío excepcional y Moscatel.
Tan lejos como en un censo de 1877 se hablaba de la Blanqueta, Calguilla, Esclafa cherres, Garrana, Jaén, Malvasía, Merseguera, Morsi, Moscatel Romano, Rhin Blanco, Torrontés, Verdil en variedades blancas y Cloti, Flor de Baladre, Garnacha, Montalbana, Pinout, Rhin Negro, Rojales, Sonserera, Tintorera, y Vincueta. Más recientemente se ha hablado de la Forcayat (B y T), Tortosi, Jijona, Chelva, Moristel, Embolicaire, Mas de Boti, etc., como fruto de este renacimiento.
Hay un compromiso por la búsqueda de variedades autóctonas que dieron fruto y algunas de ellas con las tecnologías actuales aportan vinos de gran valor comercial y nombre.
Finalmente cabe señalar que de continuar el proyecto, con el tiempo necesario, los vinos protegidos por DOP/IGP en la CV verán ampliada su biodiversidad vitícola certificada, y dispondrá de expresiones vínicas de referencia que unirán a la obra bien hecha al servicio de la sociedad y con visión a largo plazo.