‘Quiero tiempo, pero tiempo no apurado, tiempo de jugar, que es el mejor’, María Elena Walsh. Viajar en el tiempo, a ese tiempo no apurado que era el de la infancia, el tiempo de jugar a la ‘cocinita’, a la ‘pilladita’, a los recreos en la escuela jugando al elástico, jugar a vender, a tener el propio negocio que iba variando de rubro, desde un restaurante, pasando por un supermercado. O el infaltable emprendimiento llamado: ‘pulseritas’; armar la propia casita entre sábanas y sillas, jugar a que éramos nuestra mamá o nuestro papá, usando su propia ropa, disfrazándonos de ellos. Pasar horas y horas, entretenidos con el famoso TEG, divertirnos jugando a las escondidas, al gallito ciego, armando y encontrando pistas, buscando el tesoro escondido. Andar en bicicleta por la vereda y hacer ring-raje… esos olores que nos transportan a ese tiempo fuera del tiempo, que queda guardado en la memoria y que habita dentro nuestro.

Estamos en el mes de la niñez y para celebrarlo, nos invito a que abramos el álbum de la infancia y recorramos esas imágenes, esos recuerdos de ese tiempo pasado que quedó guardado, pero sigue ahí palpitando. ¿Cuáles eran los juegos que te hacían perder la noción del tiempo? ¿A qué te gustaba jugar en tu niñez? ¿Tenías juegos o juguetes preferidos? ¿Y ahora a qué te gusta jugar? Aunque alguna vez fuimos chicos, a veces parece que se nos perdió ese niño que decía “y si jugamos a”… Jugar nos conecta con la alegría de vivir, con la risa, con el disfrute y, aunque no nos demos cuenta, el jugar nos ayuda a agilizar la mente, a encontrar los recursos creativos que habitan en nosotros. Jugar nos permite desarrollar nuevas capacidades y, sobre todo, nos hace volver a sentir que perdemos la noción del tiempo, aunque sea sólo por un rato. Jugar nos invita a estar en el presente, en el aquí y ahora que tanto necesitamos.

Jugando, las personas podemos aprender muchas cosas de nosotras mismas: cómo somos, qué nos enoja, cuáles son nuestros límites, cómo resolvemos problemas, cómo nos comunicamos y encontramos con otros. El juego constituye una experiencia de aprendizaje tanto en la infancia como en la adultez. Se ha demostrado que jugar, no solo libera la creatividad dormida por el estrés y la rutina permitiendo tener una vida más plena, sana y activa, sino que también mejora la memoria, la concentración y la agilidad mental.

A medida que vamos creciendo, desarrollamos nuevas formas de jugar, que nos permiten seguir abriendo puertas para seguir jugando, explorando, buscando, construyendo, armando y desarmando. Por esto es importante generar esos espacios de entretenimiento y esparcimiento, tan necesarios en todas las etapas de la vida. Hay que darse el permiso, el tiempo y el espacio. ‘Todos los adultos fueron niños primero (aunque pocos lo recuerdan)’, Antonie Saint-Exupery.