Nos necesitamos unos a otros, máxime en un tiempo de perturbaciones constantes y de demoledores desastres, en parte avivados por los persistentes combates que han destruido innumerables medios de vida, sumiendo al mundo en una verdadera selva de inhumanidades. La consecuencia más relevante de toda esta atmósfera, verdaderamente deshumanizadora, que en lugar de fomentar el reencuentro activa el encontronazo, es que tenemos que implicarnos y dejar de ser un espectador distante.
La invasión de Rusia a Ucrania muestra el salvajismo del invasor que no tiene piedad de un pueblo, de un país más débil, sometiéndolo de las maneras más humillantes. Eso lo comprobó la ONU al tener documentado centenares de crímenes de guerra cometidos contra la población civil y prisioneros. Por eso es necesario que los líderes de Rusia, encabezados por su presidente, tengan misericordia de un pueblo inocente. Dejar las armas para trabajar por la paz.
La paz se consigue sumando latidos con las medidas de desarme; activando el alma, no las armas, poniendo la cultura del abrazo sincero al alcance de toda la humanidad. Son, precisamente estos esfuerzos humanos conjuntos, los que nos armonizan para echar las bases de un mundo que nos hermane, ya que el desarrollo que no va acompañado por una distribución social equitativa, es explotación y no progreso.
Esto presupone una voluntad más poética que política, firmemente decidida a prevenir los conflictos o a encontrarles soluciones razonables, poniendo eficazmente en valor lo que es exigencia de los derechos humanos y de la solidaridad, lo que implica respeto mutuo. En consecuencia, tal vez tengamos que comenzar, por involucrar a las nuevas generaciones en la planificación de su presente y futuro, mediante procesos participativos y oportunidades de liderazgo local. Empoderar a los jóvenes e incluirlos en la toma de decisiones, lo considero vital para desarrollar orbes inclusivos con jurisdicción universal, sobre todo para afrontar la adversidad. Fuera muros y exclusiones, precisamos la unión y la unidad, lo que encierra una movilidad libre en el pensamiento, un acto creador que disuelva ideologías y derrumbe egoísmos.
Sin duda, tenemos que apoyarnos entre sí. La tarea es un sumatorio de fuerzas conjuntas que acrecienten la protección viviente y la asistencia humanitaria. Nadie esta a salvo. Ningún poblador debe huir del mundo; al contrario, debería comprometerse con él. Pero su implicación ha de ser verídica, trascendiendo toda forma de corriente interesada, hasta el extremo de considerarnos poetas en guardia permanente. Bajo el paraguas de esta inspiración trascendente, lo que conlleva la urgencia del quehacer, nunca la pasividad, para promover la concordia y la justicia para todos. Si ya, desde el pesebre Cristo nos llama a vivir como ciudadanos de su reino celestial; un dominio que cada persona de buena voluntad puede ayudar aquí, en la tierra; pues, hagámoslo, comenzando por salvaguardarnos unos a otros, poniendo decididamente el intelecto al servicio del amor. Por eso, en esa participación colectiva, la verdad es lo que nos da vida y la ecuanimidad es lo que nos injerta sosiego.
Por Víctor Corcoba Herrero
Escritor