En pleno siglo XXI, la tecnología está redefiniendo rápidamente la comprensión del mundo y de las personas. Avances que hasta hace poco pertenecían a la ciencia ficción hoy se han convertido en realidades tangibles que conducen hacia un futuro tecnológico vertiginoso.

El ritmo al cual avanzan las IA nos plantea preguntas importantes sobre el futuro del trabajo, consideraciones éticas y el potencial de sistemas superinteligentes que podrían superar a la inteligencia humana. La carrera en el desarrollo de las IA no es sólo acerca de crear tecnología más avanzada. También se trata de entender sus impactos y dirigir su curso de manera responsable. Entre los avances más revolucionarios destacan tres campos que están transformando no solo el ámbito científico, sino también la naturaleza de lo que significa el ser humano: las interfaces cerebro-computadora (BCI), el desarrollo de células cerebrales cultivadas en laboratorio capaces de aprender, y la inteligencia artificial (IA).

El cerebro y las IA
Neuralink de Elon Musk ha realizado un increíble avance para fusionar el cerebro humano con la inteligencia artificial a través de la tecnología de interfaz cerebro-computadora (BCI) de última generación donde han implantado un chip con 128 conectores (o “pelitos”) directamente al cerebro de una persona logrando comunicarse con un paciente cuadrapléjico. El ambicioso objetivo de Neuralink es permitir que los humanos se comuniquen directamente con las máquinas, aumentando tal vez la inteligencia humana, pero fundamentalmente tratando trastornos neurológicos y, en última instancia, logrando una simbiosis con la IA.

En paralelo con el desarrollo de las BCIs, otro avance revolucionario es el uso de células cerebrales cultivadas en laboratorio para interactuar con entornos digitales. Una demostración notable de esto lo dieron científicos australianos logrando que células cerebrales cultivadas jugaran el clásico videojuego Pong. Cortical Labs fue la startup que consiguió este logro gracias a DishBrain, un grupo de 800.000 células a quienes se les enseñó a reaccionar a la dinámica del juego a través de electrodos y que con el tiempo aprendieron a jugar de mejor manera.

Este logro no sólo muestra el potencial de la computación biológica, sino que también plantea profundas preguntas sobre la conciencia, la inteligencia y la esencia misma de la vida. Estas neuronas cultivadas en laboratorio, jugando un videojuego, representan un paso incipiente hacia la integración de sistemas biológicos con mundos digitales, sugiriendo un futuro donde la división entre los reinos biológicos y digitales se ve cada vez más difusa.

Evolución de las IA
Por otro lado, la inteligencia artificial (IA) continúa su avance imparable e implacable, transformando cada sector de la sociedad donde cada día nuevas formas de utilización aparecen. La evolución de la IA, o mejor dicho de “las Inteligencias Artificiales”, ya que éstas tienen un sesgo de origen que debería considerarse al determinar cual IA es la más adecuada para el desafío que hay por delante, están marcadas por su capacidad para realizar tareas que alguna vez requirieron inteligencia humana, como la traducción de idiomas, el reconocimiento de imágenes e incluso la creación de arte.

“La convergencia de estas tres vías implantes cerebrales que interactúan con computadoras, células cerebrales cultivadas en laboratorio aprendiendo a jugar, y las IA -no es simplemente una coincidencia sino una indicación de una carrera más amplia hacia un futuro que puede redefinir lo que significa ser “humano”. Cada una de estas áreas desafía nuestras nociones tradicionales de inteligencia, conciencia y el potencial para un futuro post-biológico”, destacó Javier Serafini, CEO de CAT Technologies, empresa argentina líder en servicios de (BPO) y Soluciones Tecnológicas para CX.

Sin embargo, esta carrera no está exenta de dilemas y cuestionamientos. La posibilidad de mejorar la inteligencia humana a través de las BCI o de fusionar la inteligencia artificial y biológica plantea complejas preguntas morales.

A medida que se suceden estos avances monumentales, es imperativo que la sociedad participe en un diálogo profundo y reflexivo sobre la dirección de estas tecnologías.

Por Leila Ganem