La humilde muchacha llegó al barrio como empleada doméstica y al poco andar se hizo amiga de los chicos de la cuadra. Se le escurría del rostro cetrino su origen campesino. No recuerdo de donde dijo que era.

Con el tiempo hizo su preferencia notoria con el Enrique, quien quizá no se percató de ello. Un día compró en el viejo kiosquito verde a mitad de cuadra, frente al canal barroso que circulaba junto a la arteria, un rojo perfume de un frasquito redondo con tapa verde que se llamaba “Gotas de Amor”, se lo obsequió a su preferido.

Es nochecita de brioso verano el muchacho lo exhibió como trofeo a la barriada de la calle con canal, aunque reconoció que le resultaba muy fuerte.

Cuando lo aspiré se me vino encima un aroma penetrante insoportable. Posiblemente la belleza intrínseca de la gente y los gestos humildes, la misma gente humilde nada tengan que ver con la belleza de un perfume. La pobreza puede colisionar con las buenas intenciones y la estética.

Los olores pueden conservarse en el centro de nosotros toda la vida. La memoria de los perfumes es como aferrarse al vuelo de un colibrí, una bandada de golondrinas que esperaremos todo el año que vuelva.

Perfumes baratos, poema infantil fallido, pañuelito que llega deshilachado a destramo.

Perfume barato, tardecita de niña cartonera en placita de pueblo. Infancia. y adolescencia caída en rubores desde la utopía de sueños, marchitos es una casilla de nylon negro agujereado por los disparos de tristeza de barrios de pobreza y poca comida.

Gotas de amor para el Enrique, que llegaron al Enrique con amor profundo e ilusiones en improvisado estuche de estraza hecho por un kiosquero viejo y protestón que entendió el mensaje.

La gente se pone un perfume como si se pusiera un vestido de novia para vestir aunque sea el decoro de una cita simple. Generalmente no sabe si es bueno o desagradable. Perfumar es piropear, perfumar es acariciar, como presentarte ante otros con una sonrisa etérea.

Poco queda de aquella calle con canal donde un kiosquito verde de un anciano gruñón y cansado vendía un perfume insoportable para una humilde empleadita para quien era un presente, su presente, su cortita vida de unos dieciséis años rústicos encerrada en un frasquito rojo como intensamente era su corazón.

La cuadra está, claro que hoy esta sorprendida por los años implacables y los nuevos ocupantes que asesinaron inocentemente los pájaros del pasado, sin saberlo.

Pero los senderos divergentes y muchas veces siniestros de la vida son los que uno no les pide. Entonces, uno de esos días azarosos de la vida se llevan a barriales oscuros del nunca una niña modesta con un sueño colgado al pecho como trofeo de lirios y el poema de un perfume barato.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor e intérprete