Cada día los maestros llegan a las escuelas y se encuentran con sus alumnos que están ahí a la espera de ellos, de cómo se muestran, a la espera de lo que van a decir, de lo que van a preguntar, están ahí con la tensión de que, si hacen algo de lo que ‘no se debe’, van a recibir un llamado de atención por parte de sus maestros.
Durante esas horas que pasan en la escuela, los chicos absorben los modos de estar de sus maestros, absorben el tono de voz y la forma que tienen de moverse, absorben cómo se les habla y se los mira, absorben qué cosas se resaltan y cuáles se ignoran, los chicos absorben las emociones de sus maestros, sus alegrías, preocupaciones y tristezas.
Los maestros educan a sus alumnos con su presencia, con sus formas de tratarlos y dirigirse a ellos. Los maestros educan con su escucha y su mirada.
Educar viene del latín educere que significa guiar, conducir y de educare que significa formar.
“La educación posibilita el encuentro entre generaciones y ese encuentro se da solo si es, también un encuentro entre personas. El encuentro es la única dimensión en la que el otro aparece como tal, no despojado de su particularidad, de su historia personal ni de sus circunstancias. (…) Si no hay encuentro, no hay acción educativa. (…). No puede darse un encuentro sin que se movilice una afectividad, sin amor no hay educación posible.
Será preocupación del docente buscar el modo y los tiempos en que cada alumno logre saber que existe frente a su maestro, con su personalidad, sus anhelos, sus temores, sus certezas y sus dudas. La educación nos une pero no nos homogeneiza y en ese encuentro entre personas de distintas edades se habilita la tarea de edificar un mundo plenamente humano”. Así lo definió Paola Del Bosco, doctora en Filosofía.
La educación no es una simple transmisión de conocimientos que pone al alumno en el lugar de receptor pasivo, sino que es una construcción en la cual, tanto a los alumnos como a los docentes se les asignan roles y expectativas. Dicho esto, es importante subrayar que, la manera en el que los docentes se relacionan con sus alumnos, y el lugar de participación y pertenencia que les otorgan, influye en el interés de ellos por aprender.
Cuando se enseña, no sólo se enseña los contenidos. Se enseña un modo de estar en la vida.
“La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino la que va de corazón a corazón”, escribió el célebre educador estadounidense Howard G. Hendricks.
¿Qué recuerdos tienen de sus maestros?