Leemos en comunidad el evangelio de San Juan 20, 19-23: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a ustedes”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío”. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”.
El Domingo de Pentecostés -cincuenta días después de la Pascua- nos muestra, que las experiencias de Pascua, de la Resurrección, nos han puesto en el camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al mundo, para transformar la historia en fraternidad veraz, para fecundar a la humanidad en una nueva experiencia de unidad -no uniformidad- de razas, lenguas, naciones y culturas.
Pentecostés es el anti-Babel, donde según el relato del Génesis la soberbia construyó una torre que cayó por su propio peso; y allí hubo confusión y desencuentro. En Pentecostés por el contrario, hay luz y claridad, diálogo y verdad.
Se recoge en el evangelio de hoy lo que sintieron los primeros cristianos cuando perdieron el miedo y se atrevieron a salir del “cenáculo” para anunciar el Reino de Dios que se les había encomendado.
El Espíritu Santo inunda a los profetas, de los que no están por una iglesia estática y por una religión sin vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad apostólica y quien la configura como comunidad profética, libre, sinodal y misionera.
Pentecostés habla también del Espíritu que Jesús ha prometido como “el Defensor” y el que los llevará a la experiencia de la verdad. Cuando se habla así, no se quiere proponer una verdad metafísica, sino la verdad de la vida. Sin duda que quiere decir que se trata de la verdad de Dios y de la verdad de los hombres. El concepto verdad en la Biblia es algo dinámico, algo que está en el corazón de Jesús y de los discípulos y, consiguientemente, en el corazón de Dios. El corazón es la sede de todos los sentimientos. Por lo mismo, si el Espíritu nos llevará a la verdad plena, total, germinal, se nos ofrece la posibilidad de entrar en el misterio del Dios de la salvación, de entrar en su corazón y en sus sentimientos. Por ello, sin el Espíritu, pues, no encontraremos al Dios vivo de verdad.
El Espíritu Santo es también el “defensor” del Hijo. Todo lo que él, según San Juan, nos ha revelado de Dios Padre vendrá confirmado por el Espíritu. Al decir “recibirá de mí lo que les irá comunicando”, quiere decir que cuando Jesús ya no esté entre los suyos, su Espíritu, el de Dios, continuará la tarea de que no muera la verdad que Jesús ha traído al mundo.
¿Pesa en nosotros el “sentirnos” enviados a transmitir valores y verdades del Evangelio? ¿O pensamos que eso es tarea de “otros”?
El mundo está sediento de paz y verdad. ¿Nos dejamos interrogar por esta fiesta de Pentecostés, que “envía” a todos a anunciar la verdad que da vida? Las verdades de Jesús no envejecen.
Cuando en 1978 el periodista francés André Frossard le pregunto a Juan Pablo II qué frase de Jesús le gustaba más, respondió de inmediato: La verdad los hará libre” (Jn 8,32). ¡Qué cierto! La mentira, la estafa, la caricatura, esclavizan.
Por el Pbro. Dr. José Juan García