Todos los que creemos en Dios y en su Hijo Jesucristo, al llegar el mes de septiembre, se alegran nuestros corazones, porque celebramos el mes de la Biblia. Es un mes para agradecer a Dios tener el “don de la Palabra escrita en nuestras manos”.
Es un mes donde las comunidades cristianas católicas y protestantes damos un lugar especial a la Biblia. ¿Y porque septiembre? Se explica por una doble razón: a) por un lado, porque el 30 de septiembre del año 420, muere en Belén, San Jerónimo de Estridón. Por pedido del Papa Damaso I quien estaba preocupado para que hubiera una Biblia popular, pidió a Jerónimo que tradujera la Biblia del hebreo y griego al latín. Esta traducción fue llamada la Vulgata. Este texto fue aprobado en el Concilio de Trento (1546) como versión oficial de la Biblia para la Iglesia católica occidental, b) el 26 de septiembre de 1569, por vez primera, se terminaron de imprimir en Suiza, los primeros 269 ejemplares de la Biblia en lengua española. Esta primera tirada española fue llamada la “Biblia del oso”, porque en su portada aparecía un oso tratando de extraer miel de un panal. Fue traducida por Casiodoro de Reina y corregida más tarde por Cipriano de Valera. Esta traducción comúnmente llamada Reina Valera, siempre fue la más usada, hasta el día de hoy, en las iglesias protestantes hispanoparlantes. Por lo general, cuando buscamos un pasaje bíblico en internet, la primera traducción que brota a la vista es ésta.
Decimos que la palabra de Dios es inspirada en cuanto que el Espíritu Santo inspiró a los escritores sagrados a escribir lo que Dios quiso que se escribiera. Pero no solo es inspirada sino también es inspirante, de tal modo que quien se acerca a leerla con fe el Espíritu Santo actúa en su corazón y en su vida.
La Biblia debería ser el centro de nuestro hogar. Es bueno poner una mesita con un mantel o un galón y tener allí la Biblia para tener la Palabra como guía de la familia. Acercarse todos los días unos minutos a leer un pasaje bíblico y dialogar con Dios como un verdadero amigo que nos habla al corazón. La casa es el lugar donde aprendemos todo, también a conocer a Dios. Es bueno quienes constituyen el hogar se animen a leer juntos un pedacito de la Biblia. Esto ayuda profundamente a la unidad familiar, a la cercanía y al diálogo sincero de tantas cosas que vivimos en el hogar que tal vez no nos animamos hablar. Las personas empezamos a descarrilarnos tal vez de manera sutil con la tentación de ser autorreferenciales y constituyéndonos en medida de verdad. Por eso es bueno y propio de un corazón humilde que la Palabra nos guíe y sea nuestra consejera de camino. Leemos en uno de los Salmos: “lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Salmo 118). Jeremías ve que la Palabra es la vida del profeta: “cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (15:16). La Biblia abre caminos y tiende puentes que verdaderamente llegan al corazón. Dios no hace mal al hombre, hace bien y nos ayuda: ¿Por qué no escuchar su voz y prestarle un poco de atención?
Cuesta mucho coincidir para juntarnos en familia. El tiempo de cada uno es muy valioso y estamos sumergidos en actividades, compromisos, obligaciones…La lectura familiar de la palabra puede ser un gran eslabón para reencontrase y sacarnos el stress y aceleramiento que traemos al llegar. Ese torbellino interior es reasumido y ofrecido a Dios en ese encuentro con la Palabra. Jesús dijo que siempre iba a estar con nosotros y prometió su compañía en medio de los hombres hasta su retorno final, así lo afirma su palabra en la última frase del evangelio según san Mateo: “yo estaré siempre con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28:20).
Por el P. Fabricio Pons