Una vez escribí algo que desgraciadamente se sigue repitiendo en nuestro país: “Como un árbol a punto de caer, estaba la jovencita con un nene de muy escasa edad tomado de su mano. Cuando salí me pidió que la ayudáramos con alguna ropa. Con su semblante de pura inocencia, el nene agregó: “…y unas galletitas”’. El alma suele partirse en pedazos de profunda congoja cuando algunos gestos la tocan en vilo. Es lo que sentí cuando la criatura agradeció mi regalito con una transparente cascada en sonrisa”.

Esto es parte vertebral de nuestro país, otro año que se va y nos encuentra con los mismos dramas.

Los índices de pobreza e indigencia que nos distinguen dramáticamente ante el mundo se han convertido en un dato habitual y particularmente castigan a los denominados países del tercer mundo y a su población más humilde, aunque los datos nuestros son de los peores.

Cuando recordamos que a principios del siglo veinte éramos el séptimo país del planeta en importancia económica, la desazón que nos invade es muy grande. Desde entonces, la caída ha sido alarmante, siendo uno de los países con mayores posibilidades de desarrollo de la tierra. ¿Qué nos ocurrió? ¿Qué respuesta nos deben quienes mayoritariamente condujeron desde entonces los destinos del país? Ya no es válido ni honesto echarles la culpa a siniestros intereses foráneos o conjuras extravagantes. Hay que asumir la cruda realidad y disponer de todo lo posible para revertir el triste cuadro. Es legítimo y necesario que nos avergüence.

No ha habido salvadores de la patria ni providenciales héroes ni hoy los hay..

Hoy ya no sirve el uso inescrupuloso eslóganes; nos bastará con gobernantes básicamente serios y comprometidos con el futuro, porque el pasado es inmodificable y de nada sirve sentarse a llorar junto a la leche derramada ante desafíos ya impostergables.

Justamente porque conservamos, por razones de sobrevivencia, esas esperanzas, es que debe repudiarse las proclamas fáciles y sin ningún fundamento en la realidad. Nos toman el pelo cuando nos dicen desde el poder que dentro de 30 años seremos la primera potencia económica de la tierra.

Corresponde analizar con seriedad por qué estamos postrados ante un presente demoledor, y no seguir rogando, en una agobiada mesa de Año Nuevo, que el año que viene sea mejor.

Los diseños populistas, aquellas políticas basadas en el pensamiento casi providencial de un caudillo, única palabra que se escucha, y que priorizan la concesión de beneficios sociales a las clases más pudientes en detrimento de los pobres de siempre (y hoy castigando a quien fue orgullo en el mundo, nuestra clase media a punto de desaparecer), puede servir como instrumentos electorales y construcción de poder, pero oscurecen más el futuro inmediato. Todo sigue igual, con el agravante de que con el transcurso de los años la frustración se acumula como basura bajo la alfombra.

Vale afirmar que los populismos no han derrotado la pobreza en ningún lugar del mundo, la rodean como una siniestra ronda de aduladores de la mentira que en rigor sólo piensan en mantener el poder. Argentina se encuentra hoy en uno de los primeros lugares del mundo en vergonzante ranking de los países con mayor pobreza. El dato es demoledor y lapidario. Los países que prácticamente la han erradicado nada tienen que ver con los engaños populistas.

Festejemos el año Nuevo, pero a la vez no ignoremos que un niño vestido pobremente y con zapatillitas destrozadas está parado en la puerta, aferrado fuertemente a la mano de su madre y sólo nos pide galletitas.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.