Crear puentes de solidaridad, nos ayuda a reconectar unos con otros, que es como se rejuvenece el espíritu cooperante, en medio de un poder desenfrenado y corrupto, que suele dejarnos dormidos bajo el paraguas de una nueva normalidad traicionera. Desde luego, tenemos que despertar, entrar en acción, al menos para allanar el camino y hacer frente a las enormes desigualdades dentro de los Estados y entre nosotros. No podemos continuar por esta confluencia que nos divide y separa, tenemos que hacer una elección diferente, trabajando el cumplimiento de los derechos humanos y los valores universales que todos compartimos. Realmente, nadie puede quedar excluido en la convocatoria de un mejor mañana para todos, nos necesitamos como familia, con lo que esto conlleva de unión y unidad. Sí, la cuestión no radica en aferrarse al poder, sino en ponerse a disposición de los más desfavorecidos, en servir y no en servirse de los despreciados, a expensas de su debilidad. En cualquier caso, exterminar la indigencia de los espacios vivientes no es un hecho de compasión, es un ejercicio de entereza.
Esos mundos diversos del planeta están ahí, con sus calvarios violentos, alimentando el discurso del odio y la incitación a la venganza. Asimismo, sus sociedades continúan enfrentándose al racismo, la discriminación, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia, afianzadas por una crisis de liderazgos, encerradas en intereses y estereotipos enfermizos, a menudo arraigados en legados de colonialismo y esclavitud. Ante estas absurdas realidades, qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional, para reconstruir un futuro más hogareño y menos atormentado, manteniéndose la luz, que es la que encauza la ruta humanitaria. Sin duda, los derechos humanos son correctores de las dinámicas abusadoras, lo que nos insta a cultivar una verdadera cultura de la libertad. ¡Podemos y debemos enmendarnos, para fraternizarnos! Y, haciéndolo, nos daremos cuenta de que las lágrimas de este siglo han preparado el terreno para una nueva primavera del espíritu condescendiente. En efecto, un planeta será fuerte e indestructible cuando lo sostengan las columnas de los vínculos complacientes del hermanamiento.
Pertenencia de la Tierra
No olvidemos jamás que la Tierra, nuestra morada, es de todos y de nadie en particular. Esto nos demanda políticas globales, capaces de aminorar la agitación, junto a gobiernos que cumplan con sus compromisos en el escenario internacional. Vivir es cosa responsable, su seriedad nos concierne a todos, por tanto. En consecuencia, tampoco se puede dejar en manos de los intereses de unos pocos o a merced de pasiones sectarias y nacionalistas. Por desgracia, multitud de pueblos han perdido la seguridad, el espíritu de concordia y la convivencia común, siendo víctimas de la destrucción, de la ruina y de las guerras. El futuro ha de ser, por consiguiente, trenzado con menos hipocresía y más trasparencia. La paz, como actitud del corazón, espera a sus artífices; mientras el alma desea sosiego, para abrazar la existencia de unos con otros, pero nunca de unos contra otros. Al fin y al cabo, ni el pasado está muerto, ni tampoco el mañana está aún escrito; es cuestión de alumbrarlo en comunión y de vivirlo en comunidad. El futuro depende, en gran parte, de la familia; lo que lleva consigo, el porvenir mismo de la sociedad.
Por Víctor Corcoba Herrero
Escritor