“Corresponde a los poetas iluminar a los hombres de nuestro tiempo, encontrar las huellas de los dioses huidos.” Apenas pasados unos días del Jubileo de los Artistas 2025, celebrado durante el corriente mes de febrero en Roma, recordamos las palabras de Martin Heidegger con las que rsume el complejo momento que vivimos. Un momento que, por instantes, parece tan pobre que ya no reconoce ni siquiera la falta de Dios como pobreza. El horizonte que el Jubileo de la Esperanza abre, un tiempo muy oportuno, un kairós, podríamos decir, para reflexionar tanto sobre la “fuga de los dioses”, entendida como la desaparición de un panorama más amplio y alto del que ofrece una vida horizontal. Los artistas pueden hacer mucho para recuperar esa verticalidad o trascendencia de la mirada que nos completa como seres humanos.
Hace tiempo, el teólogo Pierangelo Sequeri recordaba que nos hemos detenido largamente en hablar sobre la muerte de Dios. Es tiempo de dar vuelta de página y recordar la Resurrección. Una perspectiva que ofrece un cambio de paradigma también y sobre todo al inmenso Sábado Santo de nuestras vidas, arroja luz de esperanza. ¿Quién mejor que los “artistas” para dar cuerpo y vida a este cambio? Si el racionalismo tecnocrático de los últimos tiempos ha olvidado de hecho el cielo sobre la cabeza y el corazón del hombre, hoy hay un gran espacio para los artistas. Un espacio más contracorriente que nunca en un mundo que ha sustituido la teología por la tecnología, ha puesto al yo en el lugar de Dios y ha exaltado los sentidos en detrimento del sentido de la vida, negando por momentos dignidad cultural a la fe. Es el espacio de quien puede restaurar la dimensión vertical casi desaparecida del plano existencial, aceptando el riesgo de volver a combinar ética y estética, física y metafísica, inmanencia y trascendencia.
En el pasado ya ha habido épocas de “dioses huidos”, es decir, de desaparición de puntos de referencia hasta entonces tradicionales. Basta pensar en la caída del Imperio Romano o en las presiones milenaristas del año 1000. Pues bien, en todos estos períodos el trabajo de investigación de esos mismos “dioses” fue guiado también y sobre todo por los “artistas” cristianos. Autores de preciosos himnos que se remontan a los Padres de la Iglesia, protagonistas del llamado Renacimiento medieval del siglo XII (que anticipa el Renacimiento mismo), místicos como Juan de la Cruz y Teresa de Ávila en el Siglo de Oro de España.
¿Es posible reestrenar hoy esas hazañas? Pablo VI había intentado con esa forma de neomecenazgo que produjo obras maestras como la Resurrección de Pericle Fazzini y la Sala de Audiencias diseñada por Pierluigi Nervi.
Juan Pablo II, poeta convencido de que “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida”, nos dejó una estupenda Carta a los artistas junto a sus composiciones de juventud y un lúcido Tríptico Romano que alcanza las cimas de la poesía mística. Benedicto XVI quiso conocer personalmente a los artistas.
Y Francisco, en cuyos discursos se citan escritores y poetas de todo el mundo (nuestro Borges incluido), con su reciente Carta sobre el papel de la literatura en la educación ha puesto el acento en la ineludible dimensión antropológica de las grandes narraciones.
Son señales de una nueva tendencia, que hay que recoger y relanzar. Porque necesitamos nuevos “poetas” capaces, como escribe el teólogo Giuseppe Lorizio, de “atravesar la noche en busca del Dios escondido”. Necesitamos narrativas literarias, cinematográficas, musicales, pictóricas y escultóricas inspiradas en la “llama viva de la esperanza”.