En el mundo en que vivimos, bajo la potestad de la tecnología, cuyas vertientes más notables la constituyen las nuevas formas de comunicación social, inteligencia artificial y el ciberespacio este último con su expresión virtual; los libros convencionales continúan poseyendo un encanto que difícilmente pueda ser superado por otros tipos de textos. No obstante observo que en las instituciones educativas, como las universidades, colegios secundarios, etc., son algunos docentes los que promueven, quizá por motivos económicos o comodidad el uso de textos en PDF, libros electrónicos, lo que va en detrimento del uso del libro físico. Suele ocurrir que pasa el tiempo y cantidad enormes de valiosos volúmenes pernoctan en las bibliotecas, lo que causa pena y los bibliotecarios pasan a tener un rol pasivo. De acuerdo a los especialistas los “libros tradicionales” no desaparecerán, ojalá se cumpla esta profecía. Leer u ojear un libro posee una magia única, cuyo descubrimiento auténtico sólo se logra con perseverancia y una educación rigurosa. El sólo hecho de tomar un texto, percibir el perfume tan particular que emana de sus páginas, acariciar su lomo o sus tapas, es un privilegio incomparable. Leer en antaño era una sana costumbre que usualmente inculcaba algún miembro de la familia a sus integrantes desde temprana edad, a lo que se sumaba la obligatoriedad de poseer, individualmente en el ciclo secundario, un libro para cada disciplina, promoviéndose a su vez la formación de pequeñas bibliotecas domésticas. Estas bibliotecas nutrían de conocimientos a todos los miembros de la familia, forjándose una verdadera cultura del libro. Junto a estas consideraciones también existía la lectura recreativa, no sólo de historietas, leyendo libros de fantásticas aventuras, como las novelas de Julio Verne o Emilio Salgari, cuyos amenos textos sumergían a los jóvenes en un mundo fantástico, acentuando su imaginación, ilustrándolos o perfeccionando su ortografía y vocabulario o haciendo el lenguaje más rico o fluido. Sabemos, como expresamos, que los textos escritos en estos últimos tiempos han sido arremetidos por la hegemonía de los artificios técnicos, cuyo uso desmedido ha empalidecido la sana costumbre de leer, advirtiéndose esta falencia en el importante nivel de analfabetismo que poseen los adolescentes, que supuestamente están alfabetizados. De ahí el pobre lenguaje que se advierte, por ejemplo, en los grotescos programas televisivos de entretenimientos emitidos desde Buenos Aires, o en los errores de ortografía o sintaxis que cometen los jóvenes y no tan jóvenes. Paradójicamente últimamente y por suerte, a los establecimientos educativos han llegado, me consta, cantidad de libros pertenecientes a todos los géneros literarios, pero suele pasar que los textos “duermen” en los estantes de las bibliotecas, no siendo utilizados plenamente como corresponde. Los grandes especialistas, como semiólogos y literatos, opinan que no obstante la incipiente “industria” de los llamados libros electrónicos y otros avances más, los textos escritos tradicionales continúan siendo el núcleo central del sistema educativo y del aprendizaje.

Por el Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia