En artículos anteriores dijimos que la educación afectivo-sexual forma parte de la educación integral del ser humano. Nos referimos a la etapa de la pubertad, donde la evolución física, afectiva, sociocultural y espiritual del desarrollo sexual genera una gran curiosidad por el sexo. Debido al fácil acceso online de los adolescentes a contenidos sexualmente explícito, la pornografía se ha convertido en una plaga que alcanza proporciones universales, y está al alcance de todos en la computadora y el teléfono. Es responsabilidad de los padres abordar conversaciones con sus hijos adolescentes sobre la pornografía en el uso de las redes, aplicaciones y dispositivos; estar alertas y prevenirlos a tiempo de esta realidad que los amenaza. Esta tarea puede parecer tediosa, difícil, incómoda y vergonzosa, pero la realidad es que los hijos agradecen que sus padres les cuiden, sean referencia y les den una formación afectivo-sexual coherente con la realidad que viven.
Se entiende por pornografía el “material sexualmente explícito con el fin de excitar a la persona que la consume” (McKee et al., 2020). Un fenómeno actual es el “sexting”, que consiste en recibir o enviar mensajes, imágenes o vídeos sexualmente explícitos a través del teléfono móvil o las redes sociales. En determinadas ocasiones, estas imágenes pueden difundirse sin consentimiento y como traición, fenómeno conocido como “porno-venganza”. El sexting es una práctica cada vez más extendida y normalizada entre los jóvenes. Uno de cada cuatro adolescentes declara haber practicado sexting alguna vez, y cuatro de cada diez han recibido mensajes eróticos o sexuales (Rial Boubeta, 2022; Van Ouytsel et al., 2016).
Es responsabilidad de los padres abordar conversaciones con sus hijos adolescentes sobre la pornografía en el uso de las redes, aplicaciones y dispositivos; estar alertas y prevenirlos a tiempo de esta realidad que los amenaza.
La pornografía es como una droga que modifica el cerebro. Al igual que otras sustancias adictivas, la pornografía produce liberación de dopamina en el cerebro. Esta liberación continua reconfigura el sistema de recompensas del cerebro, provocando cambios en los circuitos cerebrales que ayudan a perpetuar la conducta.
La pornografía deforma el concepto de sexualidad al mostrar una realidad sexual distorsionada y reduccionista, donde el cuerpo humano se transforma en un “objeto sexual”. Esos criterios pornográficos falsos son trasladados a la vida sexual del consumidor quien busca nuevas emociones y satisfacciones, para lo cual requiere nuevos estímulos cada vez más intensos. Con el tiempo, el apetito lo empuja a versiones de “porno duro” con actitudes antisociales y violencias sexuales cuyas víctimas son personas reales.
Algunos efectos de la pornografía son: a) transporta al usuario a un mundo irreal, de fantasía, distorsionando la verdad del sexo; b) genera autoerotismo (masturbación) y otras formas de gratificación sexual; c) induce a la violencia sexual; d) distorsiona la dignidad de la persona, especialmente de la mujer, que se estima como un “objeto sexual”; e) crea obsesión y dependencia y empuja a conductas compulsivas; f) genera el desprecio de los valores éticos y espirituales.
Por Ricardo Sánchez Recio
Orientador Familiar. Profesor. Lic. en Bioquímica.